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Que estas guitarras, arpas y rabeles, Si para el pueblo son sonoras aves, Para nosotros son fieras crueles; Y no porque ignoremos ser suaves, Sino porque mil veces repetidas Vienen á sernos ya susurros graves.

Y al llegar al estribillo: Toquen, toquen rabeles y gaitas, Panderetas, tambores y flautas... se armó un estrépito de dos mil diablos: chillaban y tocaban a la vez, con ambas manos, y aun hiriendo con los pies el suelo. Hasta el rorro, asustado por la bulla o desentumecido por el calor y vuelto a la conciencia de su hambre, se resolvió a tomar parte en el concierto.

El cura no será bien que tenga pastora, por dar buen ejemplo; y si quisiere el bachiller tenerla, su alma en su palma. ¡Válame Dios -dijo don Quijote-, y qué vida nos hemos de dar, Sancho amigo! ¡Qué de churumbelas han de llegar a nuestros oídos, qué de gaitas zamoranas, qué tamborines, y qué de sonajas, y qué de rabeles! Pues, ¡qué si destas diferencias de músicas resuena la de los albogues!

Sus oídos escuchaban quizá rabeles divinos y voces inefables, y su espíritu, infinitamente lejos de la tierra, presentía las delicias del Alchanna y las sublimes recompensas que su religión promete a los mártires.

En los días que hacían fiesta a la Virgen, no reparaban que los canónigos estuviesen en el coro, y con rabeles, tiorbas y desaforados cantos turbaban los oficios. Si los canónigos les pedían silencio, contestaban que los obligados a callar eran los del coro, pues ellos estaban en su casa, mucho más antigua que la catedral. ¿Sabe usted esto, tío? ; ahora lo recuerdo.