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Y al decir esto miraba sus ropas con satisfacción, como si se encontrase dentro de ellas mejor que cuando vestía su uniforme doctoral. ¿Y Ra-Ra? preguntó el gigante. Ella bajó la voz para contar su vida de aventuras desde que se fugó de la Universidad.

Cuando despertó, el sol estaba ya muy alto, pero no fué la caricia cáustica de su luz la que le volvió á la vida. Unos gritos que parecían venir de muy lejos, entrecortados por llantos, fueron el verdadero motivo que le hizo salir de su sopor incomprensible. Ra-Ra le llamaba. ¡Gentleman, Popito se me muere!... ¡Ya ha muerto tal vez!

¿Qué va á pasar ahora? continuó diciendo el asustado profesor. Los murmuradores le habían dado á entender que el Padre de los Maestros sospechaba si este intruso ayudado por el gigante sería Ra-Ra.

Gillespie miró con nuevo interés al pigmeo. ¡Quién podía sospechar que este animalejo tuviese unos sentimientos iguales á los suyos!... Le pareció verse á mismo cuando se lamentaba á solas en Los Ángeles, después de la desaparición de miss Margaret. La melancolía de Ra-Ra se transmitió á él.

Va usted á ver grandes cosas siguió diciendo , ¡Quién sabe si será esta misma noche cuando nos sublevemos contra la tiranía femenil y vendremos á libertarle!... Y si no esta noche, será en breve plazo. Se fué Ra-Ra, y el gigante, después de comer, quedó tendido en la arena, como todas las noches.

El Hombre-Montaña se fijó en varias mujeres que estaban en lo alto de dicha puerta para verle pasar, y en un hombre, el único, envuelto en púdicos velos. Gentleman, soy yo dijo á gritos, agitando sus blancas envolturas. El gigante extendió la mano sobre las torres, y tomando entra dos dedos á Ra-Ra, lo puso delicadamente en la abertura del bolsillo alto de su chaqueta.

Su vestidura estaba compuesta de túnica y velo, como la de todos los hombres que no eran esclavos. Gillespie pensó inmediatamente que tal vez era Ra-Ra ó Popito, aunque sin decidirse por ninguno de los dos, pues se sentía desorientado por la inversión de sus trajes.

Este joven resultaba una reducción exacta de su misma persona, y era natural que se mostrase enemigo irreconciliable de aquel personaje igual en todo á la viuda de Haynes. Pero el gigante olvidó tales pensamientos, atraído por una nueva evolución de Ra-Ra.

Mientras fingía escuchar el discurso de Flimnap, sus ojos vagaron de un lado á otro examinando los diversos grupos situados sobre la planicie de la mesa. De pronto su atención caprichosa se concentró en el lado donde se aglomeraba la gran masa de sus servidores. Creyó reconocer á Ra-Ra en uno de los hombres con vestidura femenil que estaban al frente de los siervos medio desnudos.

Además se consideraba feliz porque Ra-Ra parecía contento. La fe de éste en la victoria de los hombres había acabado por sentirla ella igualmente, traicionando por amor los intereses de su sexo. Ahora creo de un modo indiscutible, gentleman dijo en voz baja , que Ra-Ra no se equivocaba al hablarnos de su triunfo.