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Inglaterra y Francia volvieron a declararse la guerra, y entonces Napoleón exigió nuestra ayuda. Quisimos ser neutrales, pues aquel convenio a nada obligaba en la segunda guerra; pero él con tanta energía solicitó nuestra cooperación, que para aplacarle, tuvo el Rey que convenir en dar a Francia un subsidio de cien millones de reales, lo que equivalía a comprar a peso de oro la neutralidad.

Quisimos recoger al muchacho entonces, en Zamora, pero por un lado, ya comprenderás, las consideraciones a lo mucho que debíamos a don Tadeo... él insistió en que no se le quitáramos; decía que Tirso era tan bueno, que le había tomado tanto cariño... Además, la situación nuestra no era buena, es decir, nunca lo ha sido, jamás hemos podido ahorrar nada.

Sin embargo, ella tampoco conservaba carne y ni siquiera pellejo... Nos quisimos besar y nuestros dientes chocaron contra los huesos de nuestras calaveras, produciendo un extraño crac-crac.

Porque no se vió de nosotros Príncipe desamparado por malo y cruel que fuese, y quisimos más sufrir su vigor y aspereza, que entregarnos á nuevo señor. No fué preferido el segundo al primogénito. Siempre seguimos el órden que el cielo, y naturaleza dispuso, ni se alteró por particular aborrecimiento ó aficion, con no haber apenas Reino donde no se hayan visto estos trueques y mudanzas.

Estando uno de nosotros en un árbol, vió una humareda hacia el Poniente, que habían hecho los indios cristianos del P. Zea al volver de las costas del río Paraguay, como se supo después; y caminando hacia allá, quisimos llevar al Padre en una hamaca, porque temíamos mucho que á pocos pasos se cayese muerto si iba por su pie; mas él lo rehusó diciendo que quería padecer con nosotros hasta el último instante de su vida.

Doraban los primeros rayos del sol las cumbres de Sierra Nevada cuando, próximos á empezar á escribir este viaje, quisimos gozar por última vez de la frescura que respiran las alamedas del Generalife y de la Alhambra.

Detras se extienden los jardines, los suntuosos bosques, los tesoros de rica vegetacion del magnífico parque. Quisimos visitar el palacio, que estaba solitario, y tuvimos ocasion de notar un rasgo característico de muchos de los Estados alemanes.

Ya que no nos es posible salvar el honor de la familia, ¡puñales!, escondámonos donde nadie nos vea, metámonos en un rincón y vivamos tranquilas, diciéndole al Señor: «Señor, nosotras no fuimos, nosotras no tuvimos culpa de aquella barbaridad, nosotras quisimos que fuera bueno; pero él se juntó con los pícaros... y sacó de su cabeza otras picardías». Conque hija, vente a vivir conmigo y olvídate de tus locuras, y si alguien quiere pleito, que lo siga con el Nuncio de Puerta Cerrada».

Empezaron los Cários á disparar contra nosotros, y no quisimos hacerles mal, sino darles á entender que queriamos ser sus amigos: no quisieron aquietarse por no haber experimentado nuestras espadas ni los arcabuces.

A las diez de la mañana logramos salir sanos y salvos de la Aduana y fuimos á instalarnos en el hermoso hotel del «Comercio». Estábamos impacientes por trepar á una de las torres mas altas de la ciudad para poder abarcar con la vista todo el panorama, y aunque el sol calcinaba con sus lenguas de fuego la isla de Leon, no quisimos esperar la tarde.