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Este laborioso industrial, luego que Melchor, de quien era padrino, llegó a los quince, quiso llevarle consigo y enseñarle aquel honrado oficio; pero tanto D.ª Laura como D. José consideraron esto como un insulto. ¡Melchor ortopedista, arreglador de jorobas, corrector de hernias, fabricante de muletas y aparatos tan feos!... Vamos, vamos, esto era monstruoso.

Mucho, mucho. Pero son datos preciosos. Vamos a otra cosa. Un coronel de Artillería, cuya nombre debe usted saber, se presentó en el despacho de Andréu, primo y compañero mío, hace quince años, y le habló de un asunto penoso y delicado. Al día siguiente Andréu había extendido un documento que llamamos acta de reconocimiento. Adelante.

No es preciso tener doce ó quince años para arrojarse al agua lleno de felicidad como en su elemento propio; cualquiera de nosotros, si los convencionalismos y falsedades de la vida no nos han corrompido enteramente, puede volver á las alegrías de la juventud dejando por un momento sus ropas en la orilla del agua.

He tenido que pasarme quince días en cama me decía este amigo, contándome el percance ; pero ahora no les quedará más remedio que darme una indemnización. ¡Error profundo! exclamé yo . Lejos de valerte una indemnización, el atropello te costará un ojo de la cara. Yo también he sido atropellado añadí con orgullo , y gracias a que la cosa me cogió con algún dinero.

Mi amo D. Félix me ha entregado este reloj de plata con su cadena para que lo regale al tirador que más lejos clave la barra de hierro de quince libras. Y como de mis manos no ha de parecerle tan bien el regalo como de las de alguna chavalita, el mozo que gane el premio queda autorizado para elegir la que mejor le parezca entre las presentes para que se lo cuelgue del chaleco.

Emma Valcárcel fue una hija única mimada. A los quince años se enamoró del escribiente de su padre, abogado. El escribiente, llamado Bonifacio Reyes, pertenecía a una honrada familia, distinguida un siglo atrás, pero, hacía dos o tres generaciones, pobre y desgraciada.

Un antiquísimo y largo puente de mampostería, de quince arcos, muy descuidado, da acceso á la ciudad de Andújar, situada á la márgen derecha del Guadalquivir, en el centro de una hermosa y fertilísima llanura toda cultivada. Algun esmero en la conservacion de las arboledas y los huertos cercanos indica un cierto grado de progreso en los vecinos.

¡Si fuera así! ¡Es así!... Yo te lo anuncié y estoy, como de costumbre, teniendo razón. Ya verás: ¡dentro de quince días tendrás que hacer un gran esfuerzo de memoria para acordarte de tus enfermedades!... Ni una sola te quedará, para tener el gusto de... ¡quejarte! Voy a buscar los diarios dijo Ricardo poniéndose de pie. Vamos para allá dijo Lorenzo, ya no tenemos nada que hacer aquí.

Yo pensaba lo mismo y me vestí febrilmente, pensando que influida por su padre, concluiría por dar su consentimiento. Yo en su lugar, habría dicho que en un segundo, y me hubiera casado quince días después. ¡Ay! mis sueños se habían desvanecido... y caí en un enorme desaliento.

Habiendo vivido en su provincia de Flandes cerca de quince años, alcanzó de nuestro Padre general Miguel Ángel Tamburini licencia para pasar á las Indias, cosa que por largo tiempo había deseado.