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Esta súplica tan humilde hizo que Marta mirara a Mathys profundamente impresionada e indecisa respecto a lo que debía hacer. Su hija fué a ponerse con las manos juntas delante de ella. ¡Oh madre querida, perdón, perdón para la señora de Bruinsteen! ¡Perdonadla! Quiero olvidarlo todo, hija mía murmuró la viuda . Mi felicidad no necesita de la desdicha de la señora ni de la de Mathys.

No me dijísteis ni una palabra en contra, ni hicísteis nada, ni siquiera un gesto que pudiera indicar que mi petición os disgustaba; por nada del mundo hubiérais pronunciado la palabra no quiero.

El ministerial, para concluir, es ser que dará chasco a cualquiera, ni más ni menos que su amo. Todas las esperanzas anteriores, sus antecedentes todos se estrellan al llegar al sillón; a cuyo propósito quiero contar un cuento a mis lectores.

Y enumeraba todas las comidas de campo, con gentes ricas, que habían tenido como final esta broma ingeniosa. Luego, con gesto magnánimo, dio órdenes a su aperador. Entrega a esa pobre gente lo que necesite. Págale a la muchacha el jornal mientras esté enferma. Quiero que mi primo se convenza de que no soy tan malo como cree y que también hacer la caridad cuando me toca.

Yo le quiero, y sería la más ingrata de las mujeres si no le quisiese. Yo le amo desde hace tiempo, aunque hasta ayer no se lo he declarado y no le he dicho que soy suya. Suya soy ahora y lo seré siempre, y sería yo muy vil si sólo con el pensamiento y si sólo por un leve instante quebrantase la fe que le tengo prometida. Todo esto estará muy bien. No vengo aquí a discutirlo contigo.

Luego que acaba de recitar este señor, charla ligero con mi madre; luego se pone en pie, me coge, me levanta en vilo y grita: «¡Antoñito, Antoñito, yo quiero que seas un gran artista!» Y se marcha rápido, voluble, ondulante, hablando sin volver la cabeza, poniéndose al revés el sombrero, que después torna a ponerse a derechas, volviendo por el bastón que se había dejado olvidado en la sala...

que estoy condenada, pero yo le quiero a usted... ¡Te quiero! ¡te quiero más que a mi salvación!... Llévame adonde se te antoje, pero no me separes de ti... Déjame ser tu sierva... Déjame besar el suelo que pisas... Cayó de rodillas delante de su consejero, con el rostro entre las manos. Al través de sus dedos flacos se notaba el vivo carmín de que estaba cubierto.

Pero, ¡bobito! ¡Si te calé desde el primer momento! ¡Si adivinaba el querer que me tenías y estaba muy alegre! Pero mi obligasión era disimulá. Una mocita no debe meterse por los ojos pa que le digan «te quiero». Eso no es decente.

Quiero suponer que el suelo de Cuba llegará entonces a estar más poblado y mejor cultivado; que producirá más tabaco y más café; que dará de tanta azúcar, que si los bocoyes de una sola de sus cosechas se arrojasen al Atlántico, el Atlántico se convertiría en descomunal tazón de almíbar; pero nada de esto gozaría la gente de raza española, que no había sabido crearlo, sino la raza superior de los yankees, que lo crearía, con la actividad y con el acierto de que carecen los criollos de casta española, los cuales no es de presumir que con la independencia habían de ser más industriosos y atinados en sus empresas que libres hoy y gobernándose con autonomía administrativa, bajo la bandera maternal de España.

Yo, que siento más que nunca mortíferas nostalgias, no quiero que por tengan las flores nostalgia de las ramas. Es crueldad separarlas de sus tallos antes que lo haga el soplo de las áuras ¡quién sabe si en las horas más de vida que se irán al troncharlas, ellas esparcirán en el ambiente la esencia más sabrosa y delicada que formada con mieles de rocío en sus corolas guardan! Deja que vivan.