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»Pepita, Pepita: yo me siento conmovido y estoy a punto de sollozar cuando pienso en todas estas cosas... Yo me veo solo, yo me veo triste; yo veo que mi juventud va pasando estérilmente, sin una ternura, sin una caricia, sin un consuelo... »Adiós. No quiero que te pongas también triste. Este es un viejo que va todas las tardes al Congreso.

-Quiero decir -dijo Sancho- que nos demos a ser santos, y alcanzaremos más brevemente la buena fama que pretendemos; y advierta, señor, que ayer o antes de ayer, que, según ha poco se puede decir desta manera, canonizaron o beatificaron dos frailecitos descalzos, cuyas cadenas de hierro con que ceñían y atormentaban sus cuerpos se tiene ahora a gran ventura el besarlas y tocarlas, y están en más veneración que está, según dije, la espada de Roldán en la armería del rey, nuestro señor, que Dios guarde.

De dos quiero decir un caso extraño, (Que solo el referirlo me pena) A quien el amor hizo tanto daño, Cuanto suele

No quiero sentirlos, y me hacen su presa; me dominan, se enroscan en mi alma... ¡Soy su prisionera! Los celos son malos. ¡Ay del que los sienta...! Yo tengo la senda erizada de celos ¡La muerte me acecha! Tras los cristales del jardin sombrío pasar he visto tu perfil romano, hundida en el landó, con tu mundano gesto de burla, de desdén y hastío.

Pero, en fin, hoy la tantearemos otra vez. Como quiera que sea, su sermoncito no hay quien se lo quite. Y por si viene pronto... quedamos en que de diez a once... debes marcharte ya, no sea que te pille aquí. Después de un rato de silencio, la Delfina dijo con resolución: «Yo no me voy». ¡Hija, qué me dices!... ¿Estás loca? Yo no me voy. Me esconderé en la alcoba. Quiero oír lo que diga...

Pero una cosa quiero suplicar a vuestra merced, entre otras, señor licenciado, y es que, porque a mi amo no le tome gana de ser arzobispo, que es lo que yo temo, que vuestra merced le aconseje que se case luego con esta princesa, y así quedará imposibilitado de recebir órdenes arzobispales y vendrá con facilidad a su imperio y yo al fin de mis deseos; que yo he mirado bien en ello y hallo por mi cuenta que no me está bien que mi amo sea arzobispo, porque yo soy inútil para la Iglesia, pues soy casado, y andarme ahora a traer dispensaciones para poder tener renta por la Iglesia, teniendo, como tengo, mujer y hijos, sería nunca acabar.

Oiga usted, señá Josefa, hable usted bien y no mienta, que yo no doy palmaditas a las criadas. ¿Qué concepto va a formar de este señor? El que usted merece, mal bicho. Le he guipao una vez dándole palmaditas, otra cogiéndola por la barba, yo no quiero escándalos en mi casa, ¿estamos?

Y por mi parte, seguro estoy de que no te opondrás á mi resolución, que no tiene más objeto que tu felicidad. Pero si yo no quiero que haga usted mi felicidad dijo Clara más inquieta. Pues entonces, ¿quién la va á hacer? Huérfana, sola en el mundo, rodeada de enemigos y de malvados, sin que haya nadie que se interese por ti....

Emprendamos juntos la jornada, si queréis, o siga cada cual la senda que le acomode hasta llegar al palacio de Fortuna. Yo no voy con vosotros gritó Tizona sin ocultar su pensamiento pues un atajo por dónde, si no me estrello, llegaré enseguida. Yo replicó Infolio quiero también ir solo, porque en largos años de trabajo he discurrido un mecanismo para subir las pendientes sin esfuerzo.

Oyendo lo cual, la Dolorida dueña hizo señal de querer arrojarse a los pies de don Quijote, y aun se arrojó, y, pugnando por abrazárselos, decía: -Ante estos pies y piernas me arrojo, ¡oh caballero invicto!, por ser los que son basas y colunas de la andante caballería; estos pies quiero besar, de cuyos pasos pende y cuelga todo el remedio de mi desgracia, ¡oh valeroso andante, cuyas verdaderas fazañas dejan atrás y escurecen las fabulosas de los Amadises, Esplandianes y Belianises!