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El microbio del tifus, por ejemplo, y el de la viruela, expulsados de todo el mundo, se han refugiado aquí, donde viven a las mil maravillas. Yo los he visto el otro día en el pecho de un enfermo que es cliente mío y a quien se los había llevado su médico. ¿De modo que se establece usted entre nosotros para siempre?

LOPE. Así lo ha dicho quien le vio a la madrugada cerca de la puerta del Sol. NU

Ahora cantaban arriba. Era Amparito, que acometía con su vocecita de seda una romanza de Tosti, coreada por el estallido de los cohetes y los berridos burlones de la pillería, a quien le hacían gracia los lamentos musicales, verdaderos chillidos de ratita asustada.

Al dar la una en el reloj del despacho, don Juan sale de su casa llevando el corazón henchido de amor, el ánimo resuelto a todo y los bolsillos repletos de dinero. ¿Qué más necesita el hombre a quien aguarda una mujer? Capítulo XXIII Concluye ésta, entre verídica o imaginaria historia, con el raro ejemplo de una mujer que todo lo pospone al deseo de ser amada

¿Qué tenéis, madre mía? exclamó don Juan. ¡Oh! hay alguien que conoce no cómo este secreto dijo la duquesa. ¡Alguien! ¿y quién es? dijo don Juan.

Pero la misma idea de la elegancia aristocrática del traje le infundió un sentimiento algo exagerado del decoro y compostura que debía tener quien le llevaba puesto. Por desgracia, en la primera visita que hizo Don Diego á una hidalga viuda, que tenía dos hijas doncellas, se habló del niño Fadrique y de lo crecido que estaba, y del talento que tenía para bailar el bolero.

ELSA. No estarán lejos. ENRIQUE. No; pronto oirás los sonidos de sus trompetas, y entonces mi espectro te dejará. ELSA. ¿Por mucho tiempo? ASTOLFO. ¡Es el duque! EL CONDE. ¿Crees? ASTOLFO. ¿Quién puede ser, si no, ese hombre? , es el duque. EL CONDE. Pero esa no es su capa. ASTOLFO. Y, sin embargo, le reconozco: es el duque. EL CONDE. Lo dudo. Es otro, sin duda.

Porque la desgracia no te agarra... ¡Me agarra a cada rato! ¡Me ha agarrado mil veces! pero la desgracia se aburre conmigo. No te entiendo. ¡Pues es claro! La desgracia es como una persona seria que se fastidia en compañía de quien ríe constantemente. Lo difícil, lo imposible es eso; reír siempre... ¡Qué ha de ser difícil!

Hará ya dos horas que mujer me habrá echado de menos, y aun antes de recibir la carta que lleva tu compañero, y que no cómo ni quién pondrá en sus manos, habrá armado ella una revolución en el lugar, habrá tocado a rebato, y la pareja de la Guardia Civil y muchos criados míos andarán ya buscándome. No tientes más a Dios. Ponme en libertad.

Desde que había comenzado a coserse el equipo de su Hermana, Pablito manifestaba cierto gusto por la vida sedentaria que hasta entonces jamás se había observado en él. ¿Quién le había visto en los días de la vida detenerse un minuto en casa después de comer? ¿Quién pudiera imaginar que se pasaba la mañana sentado en aquella butaca dando parola a las costureras? Nada más cierto, sin embargo.