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Al cabo dijo en tono resuelto, guardando la navaja: Tienes razón... Me gusta esa niña, pero la mereces más que yo porque la quieres mucho más... , por desgracia añadió con voz temblorosa, lo que es querer de ese modo, y que poco importa la vida ó la muerte al que tiene ya el corazón hecho pedazos... Bajó la cabeza y permaneció callado unos instantes.

Sin querer, prodigaste mil gracias conquistadoras y lo hiciste todo, todo, para quitármele... Me callé de repente, viendo que iba demasiado lejos, y seguí diciendo con más calma: ¿Por qué me has hecho traición? ¡Traición!... que palabra... Es la justa. Pues bien, , te he hecho traición, pero al principio, créeme, Magdalena, no pensaba en ello... Que no pensabas...

De pronto se oyó del lado de allá del río en el camino de la Pola el estampido de un cohete. Un estremecimiento de júbilo cruzó por las casas del lugar. Los niños saltaron de sus asientos sin querer terminar la cena: los grandes salieron también á la puerta con el bocado en los dientes. No tardó en percibirse el dulce, lejano son de la gaita. ¡Ya están pasando la barca! gritaban los chiquillos.

Aunque se me acuse de pánfilo, de sobrado benigno, de querer disculparlo todo, voy a declarar aquí una cosa en confianza. A mi ver, hasta el propio diablo no nos seduce y extravía así de repente y sin más ni más. Se guardaría muy bien de hacerlo: no le traería cuenta ninguna.

Mas, enjuga el llanto ¡oh virgen desolada! eleva hacia el Altísimo tu lánguida mirada, tu mirada piadosa ¡oh púdica mujer! y piensa que el amado, tu gloria, tu consuelo, aquel que te adoraba no ha muerto, está en el cielo, y allá en el cielo sueña, feliz con tu querer!

¡Qué vida extraña! ¡Qué cosas pueden pasarle por el alma a un pobre diablo! pensaba Bonis. La alegoría, que le había salido sin querer de la pluma, estaba bien clara, era la síntesis de su vida presente. En el cielo de sus amores, en la región serena, sobre el océano de sus pasiones en calma, brillaba la luna llena, el amor satisfecho, poético, ideal, de su Serafina.

Ordene, pues, y me apresuraré a obedecerle; pero no intente convencerme, porque mi situación de ánimo es tal, que mientras sea dueña de mi voluntad no aceptaré partido alguno, así se trate de un millonario o de un príncipe. »Tan gran firmeza revelaban su voz, sus ademanes y hasta sus menores gestos, que el insistir yo, habría significado tanto como querer convertir la persuasión en mandato.

«Ya veremos decía para si me rechaza donde y cuando esté ella segura de que no entrará don Paco a interrumpirnos.» A pesar de su momentánea rivalidad, don Andrés quería de corazón a don Paco, reconocía todo su mérito, apreciaba todos sus servicios y distaba mucho de querer hacerle el menor daño. Lejos de eso, lo que anhelaba era desengañarle en sazón y oponerse a su absurda boda.

Un solo novio tuvo desde la edad en que apunta el querer hasta los días en que la presento; el cual, después de mucho rondar y suspiretear, mostrando por mil medios la rectitud de sus fines, fué admitido en la casa en los últimos tiempos de Doña Silvia, y siguió después, con asentimiento del papá, en la misma honrada y amorosa costumbre.

Puede que ». El apetito del corazón, aquella necesidad de querer fuerte, le daba sus desazones de tiempo en tiempo, produciéndole la ilusión triste de estar como encarcelada y puesta a pan y agua.