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Y los gritos y las amenazas, y el estruendo de doscientas voces y de dos mil porrazos llenaban el Santuario de las leyes, y hasta las figuras pintadas en el techo parecían temblar y querer despegarse del lienzo para romperse el cráneo contra los mármoles del hemiciclo.

¿Nada te parece, loca, impedir el matrimonio de tu hermana, engañarla miserablemente, dar un escándalo en la villa como nunca se habrá visto? Yo no he hecho nada de eso. El fué quien se me declaró. ¿Es pecado dejarse querer? En esta ocasión, replicó con severidad la señora. A la primera señal debiste advertirme.

Amigos , porque lo que es querer... No vuelvo yo a querer a ningún hombre, como no sea a mi marido, siempre y cuando haga lo que le mando. ¡A su marido! No me parece mal. Y ahora que está hecho un santo... Santo, no... ¡qué simplezas dice usted! Santo; así como suena. De modo que será usted también santa... Pues yo seré su discípulo.

¡Huy! ¡Huy! exclamaba Juanita . ¿Está dejado vuecencia de la mano de Dios? Pues sería curioso que entrase a jugar al tute con mi mamá, que aún está despierta con ansia. ¿Cómo puede querer vuecencia, en Jugar de hacer con doña Inés una partida de tresillo, hacerle conmigo una partida serrana? ¡Válgame Santo Domingo, nuestro patrono! Yo no me lo perdonaría.

Tengo... tengo... mire V., yo siempre digo que tengo catorce, pero la verdad es que no tengo más que trece y dos meses... ¿y V.? ¡Una atrocidad! No me lo pregunte usted, que me da vergüenza. ¡Ah qué presumido! ¡Si yo le he de querer lo mismo que tenga muchos que pocos!

No había que olvidar que don Fermín no la quería ni la podía querer para , sino para don Víctor». Cuando Ana se perdía en estas y otras reflexiones parecidas, se oyó la voz de Obdulia que daba grandes chillidos pidiendo socorro. Los que tomaban pacíficamente café bajo la glorieta, acudieron al extremo de la huerta. ¿Dónde están? ¿dónde están? preguntaba asustada la Marquesa.

Todos deben querer a todos: usted a , yo a usted, su marido a las dos, las dos a su marido.... El mundo, la triste vida finita, no debe ser más que amor, amor con música; todo lo demás es perder el tiempo...».

Nunca tuvimos un disgusto. Era lo más complaciente...; aquel abrigo ¿te gusta?; es una salida de baile que imita al capote del kronprinz en campaña...; muy bueno era Arturo. No le puedo olvidar, hijita. En balde trato de distraerme... aquel gorrito ¡qué mono! ¿no? es para la playa...; le tengo siempre presente, y no creo que pueda volver a querer a nadie como...

En este concepto tiene razon Kant cuando dice que al querer representarnos un ser pensante, debemos ponernos á nosotros mismos en lugar del objeto.

no querrás siguió diciendo el sacerdote con acento burlón . Eres demasiado «verde», y tu dignidad sufriría mucho paseando al Señor por las calles de Toledo. Pues se equivoca usted. Como querer, que quiero; pero el trabajo es demasiado pesado para un enfermo. Por esto que no quede dijo don Antolín con resolución . Lo menos serán diez dentro del carro, y los hay forzudos de verás.