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Dicen que soy orgullosa, fría, áspera, y acaso tengan razón. Pero no puedes quejarte, porque te has logrado introducir en el único rincón apacible que hay en mi alma. Si no me hubieses enseñado lo que es amor, moriría sin conocerlo, porque ningún otro hombre haría lo que has hecho.

Algo ha pasado que te apena.... padeces.... ¡Habla, Rorró, habla por Dios! ¿Con quién has de quejarte si no es con nosotras? ¡Nada, tía, nada!... He dormido toda la tarde, y la modorra me tiene así. ¡Vamos a la mesa! Salté de la cama, ofrecí mi brazo a la anciana, y paso a paso nos dirigimos al comedor.

¡Vaya una grasia mohosa!... Pero, hombre, ¿tienes la desvergüenza de quejarte? ¿De cuándo acá el pie de una andaluza puede hacer daño al de un gallego? Y era verdad. Aunque sus pies diminutos hubieran bailado sobre los míos, creo que no me harían daño. Por otra parte, nadie reparaba en nosotros, y podíamos bailar lo mal que quisiéramos sin llamar la atención.

Todo tiene sus encantos y sus compensaciones, Lorenzo. Aquí hay soledad; pero hay salud; hay aislamiento pero no hay decepciones. ¿Y de qué decepciones puedes quejarte ? ¡Bah!... Es que yo disimulo; pero si supieras cuántos me han frecuentado asiduamente, cuando yo no tenía más tarea que atenderles y distraerles y se me han retirado en cuanto me vieron ocupado o preocupado.

¡Si fuera así! ¡Es así!... Yo te lo anuncié y estoy, como de costumbre, teniendo razón. Ya verás: ¡dentro de quince días tendrás que hacer un gran esfuerzo de memoria para acordarte de tus enfermedades!... Ni una sola te quedará, para tener el gusto de... ¡quejarte! Voy a buscar los diarios dijo Ricardo poniéndose de pie. Vamos para allá dijo Lorenzo, ya no tenemos nada que hacer aquí.

Roussel se volvió hacia su hijo y dándole golpecillos en el hombro, le dijo: ¡Ah, bribón, no tienes de qué quejarte! ¿Vas, naturalmente, á llevarte á tu mujer? Usted lo ha dicho. Son las nueve y media: á las doce prescindo de la compañía de la gente de la boda. Tengo una excelente carretela que me espera en la plaza: ¿la quieres? ¿Me llevará á París? Desde luego. Es cuestión de propina.

La primera vez que salimos armados del alcázar de tus califas salimos ya para abrir y desgarrar tu seno: ¿callaste entonces, y te atreves á quejarte ahora de que ejerzamos en nuestros instintos? Sufre y muere no ya bajo el hierro, sino bajo el cuento de nuestras alabardas

Menudo réspice le echó la fundadora a su sobrino cuando salieron. «Pero, hijo, me has quitado la devoción con tus paseos por la iglesia. Ya decía yo que te habías de cansar». Pues tía, para primer día de curso, no puedes quejarte. Todo es empezar. Ya ves que una misita. ¿Qué querías? ¿Que fuera como ? Te aseguro que me satisfizo el ensayo.

Estas cariñosas quejas parecían todas sin intención y como nacidas del filial afecto; pero al mismo tiempo era un cruel interrogatorio, que turbó a don Paco, y al que tuvo que hacer un esfuerzo para contestar. De nada valía el disimulo. Era menester contestar con franqueza, y don Paco, armándose de valor, contestó de esta suerte; Tienes razón en quejarte, hija mía.

Vaya, no puedes quejarte... Pero, ¿qué tienes? ¿Te vas a poner mala por un hombre a quien ves todos los días? Judit no oía estas palabras; era demasiado feliz. Arturo acababa de inclinarse hacia ella y le dirigía un saludo, con grande escándalo del dorado palco en que se encontraba.