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Tengo para que, en cierto sentido, es prueba evidente de una constitución bien equilibrada, y de una organización en que no falta nada esencial, el hecho de que, á pesar de haberme asociado algún tiempo con hombres tales como los que acabo de mencionar, hubiera podido mezclarme después con individuos de cualidades completamente distintas, sin quejarme del cambio.

Como buen español, quiero ayudar al gobierno con mi dinero, tanto más cuanto que ésto produce ganancias. No ciertamente lo que poseo: serán veinte millones de reales: tal vez más. Todo ahorrado por , aumentado con buenos negocios. No puedo quejarme de la suerte; el Señor me ha ayudado. ¡Y todo para mi pobre Visitación!

Lo que está usted oyendo. Ya nadie nos conoce sino por el mal nombre que nos han puesto esos condenados monacillos. ¡Estoy atónito, Rosita! No puedo creer... Don Modesto se quedó con la boca abierta y los ojos fijos en el suelo. , señor continuó Rosa Mística ; la vecina es quien me lo ha dicho, escandalizada, y aconsejándome que vaya a quejarme al señor cura.

Considera que no puedes cristianamente llegar al fin de tus deseos, porque Luscinda es mi esposa y yo soy su marido''. ¡Ah, loco de , ahora que estoy ausente y lejos del peligro, digo que había de hacer lo que no hice! ¡Ahora que dejé robar mi cara prenda, maldigo al robador, de quien pudiera vengarme si tuviera corazón para ello como le tengo para quejarme!

Y apenas la descubrí, cuando con una maroma me asentaron un azote con hijos en todas las espaldas. Comencé a quejarme; quíseme levantar; quejábase el otro también; dábanme a sólo. Yo comencé a decir: ¡Justicia de Dios! Pero menudeaban tanto los azotes sobre , que ya no me quedó, por haberme tirado las frazadas abajo, otro remedio sino el de meterme debajo de la cama.

Yo quisiera darte un consejo bien sincero sobre Adriana. No lo tomes a mal ni supongas que pueda guardarle rencor... Al contrario, me ha hecho pasar buenos momentos, me ha mirado con ojos dulces... en fin, yo no podría quejarme... ¿No puedes quejarte? dijo Muñoz, los ojos llameantes y un impulso de echarle las manos al cuello. Sentía que Castilla estaba groseramente mintiendo.

Un librero de Sevilla me ha prometido comprarme un ejemplar, si le hago una rebaja de dos reales; y este pedido, con otras proposiciones que me dirigen de lejanas tierras, me hace esperar que venderé hasta diez en todo lo que queda de año. No puedo quejarme, en verdad, porque yo que si las cosas estuvieran mejor y sobrase dinero en el país, no había de quedar un ejemplar para muestra.

Mi madre, Dios me perdone si la ofendo, tiene poco juicio, aunque bien puede ser que lo pierda por el entrañable amor que me tiene. Lo cierto es que entre las dos hemos hecho una infinidad de tonterías. Justo es que las paguemos. No debo quejarme.

Y me puse a hacer el elogio de las extremeñas y a quejarme amargamente de lo desgarradas y burlonas que eran las sevillanas, todo por adularla. En esto de hablar a las mujeres con soltura había adelantado mucho desde que llegara a Sevilla. La verdad es que aquella chica merecía cualquier requiebro hiperbólico. Nunca vi un rostro de facciones más delicadas ni de ojos más claros y suaves.

No me había dado derecho alguno para estar quejoso, ¿De qué la podía yo censurar? Hubiera podido quejarme de ella si me hubiera halagado con esperanzas engañadoras; pero nunca me dio la menor esperanza, nunca me prometió cosa alguna