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Porque la peor de sus mortificaciones era tener que desempeñar el papel de mujer venturosa, y verse obligada a contribuir con sus risitas a la felicidad de D. Baldomero y doña Bárbara, tragándose en silencio su amargura. Ya no le quedaba duda de que su marido entretenía, como se dice ahora, a una mujer, y de estos entretenimientos no tenían ni siquiera sospechas los bienaventurados papás.

Eso no anda bien... ¿No tomaste quinina? Tomé... No me hallo con esta fiebre... No puedo trabajar. Si querés darme para mi pasaje, te voy a cumplir en cuanto me sane... El mayordomo contempló aquella ruina, y no estimó en gran cosa la vida que quedaba allí. ¿Cómo está tu cuenta? preguntó otra vez. Debo veinte pesos todavía... El sábado entregué... Me hallo muy enfermo...

Y a Loppi ¿quién le daba todo aquello? Ella quería saber: «¡Dímelo, Loppi!»Y Loppi se lo dijo, cuando ya no quedaba del anisete más que el forro de paja, y estaba Masicas más dulce que el anís. Pero ella prometió no decírselo a nadie: no había una vecina en doce leguas a la redonda.

Maltrana la hacía seguir adelante. Aún quedaba mucho por ver: estaban en la entrada del Rastro. Abajo, en las Américas tenía él amigos, tenía parientes: ellos les indicarían lo más ventajoso.

Su oratoria sólida y rica en imágenes brillantes se derramaba como raudales de perlas y de flores, y su auditorio quedaba siempre cautivado por el encanto de ella.

No hicieron el viaje juntos, por último escrúpulo de casado en una línea donde era muy conocido; pero al salir de la estación subieron en el brec de la casa. Cuando Nébel quedaba solo en el ingenio, no guardaba a su servicio doméstico más que a una vieja india, pues a más de su propia frugalidad su mujer se llevaba consigo toda la servidumbre.

La certidumbre de ser amado por ella le colmaba de una alegría tan límpida, que en su ser no quedaba ninguna otra energía para ningún otro objeto. La esperanza florecía en la sombra, ocultamente. Las palabras no la expresaban porque ella no lo necesitaba: debía, por el contrario, permanecer sigilosamente guardada. Su vitalidad era tan frágil, que no habría resistido al menor choque.

Matando a uno, quedaba desarmado ante el otro. Si les dejaba ir sin encontrar nada, se vengarían quemándole la barraca. Pero el que estaba en acecho se cansó de la torpeza de su compañero y fue a ayudarle en la busca. Los dos formaban una oscura masa obstruyendo la boca del horno. Aquella era la ocasión. ¡Alma, Sènto! ¡Aprieta el gatillo!

Las necesidades de la guerra se hacían sentir desde el primer momento, absorbiendo todos los medios de comunicación. El tren quedaba inmóvil horas enteras para dejar paso á otros trenes cargados de hombres y de material militar. En todas las estaciones había soldados en traje de campaña, banderas, muchedumbres que vitoreaban.

Una parte de ellos persigue á los fugitivos por el camino de Villoria; otros siguen á los que huyen por la calzada de Entralgo. Toribio desdeña esta persecución. Con el garrote en alto y dando feroces gritos, que resuenan temerosamente en el valle pasea su furor y su triunfo por todo el campo de la iglesia. Bartolo. Media hora después no quedaba un ser viviente en este campo.