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La plaza quedaba en poder de la gente menuda, chiquillos desarrapados, que, tomando carrera, saltaban la hoguera con agilidad de monos, cayendo al lado opuesto envueltos en las chispas.

El resultado de sus investigaciones fué que sólo cuando él venía a las sesiones del ayuntamiento, podía darse esto caso. De día, sumamente difícil, porque no era el Duque persona que pudiera pasar inadvertida. Fijóse, por tanto, en las horas de la noche, cuando él se quedaba a dormir en la villa. Resolvió saber de una vez la verdad.

La verdad, te precipitaste; y en cuanto al parecido... Hablando con franqueza, hija; no se parece nada, pero nada». Era lo que le quedaba por oír a Jacinta. «Pero usted... ¡por la Virgen santísima! también... atreviose a decir cuando el espanto se lo permitió , también usted creyó...».

El jefe del fielato, que, libre ya de las ocupaciones matinales, seguía desde la puerta el paso de los trabajadores, llamó a un joven que venía de Madrid y le invitó a fumar un cigarro. Tiempo le quedaba de descansar: tenía el día entero para dormir.

Para él ya no existía el oficial; sólo quedaba el pobre vagabundo de años antes yendo de un hemisferio á otro en busca del sustento. «Joven...», repitió con un tono que resucitaba todas las castas y las gradaciones sociales de los siglos muertos, para que el interpelado se diese cuenta de la enorme separación entre su persona y la del hombre que se dignaba darle consejos.

El imponente don Sebastián, que hacía temblar con una mirada al cabildo y a todos los curas de la diócesis, mostrábase alegre, fraternal y confianzudo cuando de tarde en tarde veía a Tomasa. Era el único recuerdo vivo que quedaba de su infancia en la catedral.

Después habían transcurrido dos meses sin que por suerte llegase otra carta. ¿Qué le importaban a él estas noticias de un mundo al que no pensaba volver?... No sabía ciertamente qué le reservaba el porvenir: allí había llegado y allí se quedaba, sin otros placeres que la caza y la pesca, gozando una voluptuosidad animal al no tener más ideas y deseos que los del hombre primitivo.

Todos en dicho día querían ver la casita y el laboratorio donde la benemérita sabia había hecho su descubrimiento: modestos edificios cubiertos ahora por la techumbre de un templo majestuoso, en torno del cual se extendían vastísimos jardines. La capital casi quedaba desierta después de mediodía.

Y además de la caridad, no qué más íntimo, más humano, más sensual. Comprendía que quedaba algún licor en la copa de su deseo. Era joven, había crecido entre privaciones, tenía el corazón virgen, y le había consagrado sin saberlo á dos mujeres. Don Juan había salido á la ventura. No sabía dónde ir.

Los buenos habitantes de Lima se encerraban en casita a las diez de la noche, después de apagar el farol de la puerta, y la población quedaba sumergida en plena tiniebla, con gran contentamiento de gatos y lechuzas, de los devotos de la hacienda ajena y de la gente dada a amorosas empresas.