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Y el gigante comía y comía, y Meñique no se quedaba atrás, sólo que no echaba en la boca las coles, y las zanahorias, y los nabos, y los pedazos del buey, sino en el gran saco de cuero. ¡Uf! ¡ya no puedo comer más! dijo el gigante; tengo que sacarme un botón del chaleco. Pues mírame a , gigante infeliz dijo Meñique, y se echó una col entera en el saco.

La mujer aceptaba aquellos cuidados como había aceptado las limosnas, sin dar las gracias y como cosa debida. Los niños se habían diseminado por el campo, adonde los había enviado Luciana a cortar amapolas. No quedaba en la choza más que la hija mayor, sentada en una piedra que servía de mesa y de banco.

Entonces el cacique juntó á todo el pueblo en la plaza y le reprendió con palabras muy sentidas el que hubiese alguno de ellos mentido y engañado al P. Misionero con decirle que había en sus tierras los parajes y comodidades ya dichas para fundación; y les añadió que quedaba muy avergonzado de que hubiesen dado ocasión para que el Padre juzgase que él le engañaba, negándole lo que ellos mismos tanto deseaban; y por fin mandó á todos que obedeciesen en todo á la voluntad del P. Miguel.

Los tres hombres detuvieron las mulas, y mientras quedaba Capistun con ellas, Martín y Bautista se echaron uno a un lado y el otro al otro, para ver si encontraban cerca algún refugio, cabaña o choza de pastor. Zalacaín vió a pocos pasos una casucha de carabineros cerrada. ¡Eup! ¡Eup! gritó. No contestó nadie. Martín empujó la puerta, sujeta con un clavo, y entró dentro del chozo.

Le quedaba el derecho de visitar su caja y encontró en ella, hasta nueva orden, tanto dinero como quiso. Esto es todo lo que pudo obtener de aquella generosa y sonriente virtud.

La gran marea depositaba todo lo que envolvían sus entrañas, como las aguas de ciertos ríos que fecundan inundando. Y al replegarse los hombres, quedaba el suelo enriquecido por nuevas y generosas ideas.

A nuestra Armada vuelvo, que metida Quedaba en un juncal y una ensenada, La cual halló segura su guarida: Y el bergantin, tomando una enconada, Del otra banda está, que de caida, Allí, por se abrigar, hizo parada, A con Cherandies ha tratado, Y el tiempo que allí estuvo, rescatado.

Cuando don José, el apoderado de Gallardo, y otros amigos del maestro combatían zumbonamente sus doctrinas, a la hora de sobremesa, con objeciones extravagantes, el pobre Nacional quedaba en suspenso, rascándose la frente. Ustés son señores y han estudiao, y yo no leé ni escribí.

En su memoria no quedaba otro recuerdo del camino recorrido que un desierto inmenso y desolado, en cuya uniforme llanura se levantaba un pequeño montón de piedras, la tumba de su hijo. Hacía tiempo, observaba que Guillermito enflaquecía y lo hizo notar a Abner, pero los hombres no entienden de criaturas, y, además, estaba fastidiado por un viaje con tanta gente y en tales condiciones.

Consistía en introducir una sortija por una cuerda y agarrarse a ésta todos los tertulianos formando corro; uno se quedaba en el medio, y los demás corrían la sortija disimuladamente gritando: El florón está en la mano. Siga el florón. Siga el florón.