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Cuando le oímos mencionar que su esposo había vuelto del mar, los dos pusimos toda atención a sus palabras. Aquí era donde residía, evidentemente, el hombre que Burton Blair había buscado de una punta a la otra de Inglaterra. Se abrió una puerta y avanzó un hombre alto, flaco, viejo, de blancos cabellos y barba gris puntiaguda.

Dispuesta la gente en tierra y agua, marchamos, y nos pusimos á dos leguas de Hieruquizaba, y el general envió dos indios Cários á decir á Taberé hiciese volver al pueblo los huidos, con sus mugeres, hijos y hacienda, y que diesen la obediencia á los cristianos como antes: y que si lo reusaba, los echaria á todos de aquella provincia.

Así fué, en efecto; y como yo necesitara algunos días más de restablecimiento, él me esperó, y en uno de los últimos días de mayo o de los primeros de junio, luego que me despedí de mis obsequiosos protectores, correspondiéndoles como pude, y de Juan de Dios, a quien oculté el objeto de mi expedición, nos pusimos en marcha.

Garmendia mandó un recado a Zapiain, el relojero, pidiéndole un taladrador de metales, y cuando volvió el mancebo de la botica con él, nos pusimos los dos a horadar la caja por uno de los lados. La caja era fuerte y nos costó mucho tiempo el conseguir hacer un agujero. Hecho éste, metimos una aguja y miramos a ver si salía algo del orificio. Al poco tiempo salió un polvo negro.

Aprovechemos del buen tiempo y de los últimos momentos de vida que me quedan, para ir al Zarzal, señor cura. Y nos pusimos en camino hacia mi antigua morada bajo un agradable sol de Noviembre, infinitamente menos dulce y confortador que el cariño y el rostro del cura.

Esta, la chacha Ramoncica como tercera, y yo como novio, nos pusimos humildemente de rodillas, confesamos nuestras faltas y declaramos que queríamos remediarlo todo por medio del santo sacramento del matrimonio.

Llevé mis baúles a la barca, me tendí, apoyado en un rollo de cuerdas, y esperé impaciente la salida. Tenía esperanzas de que hubiera viento, porque la espuma del mar resplandecía mucho en la obscuridad. Antes de amanecer nos pusimos en franquía. No había brisa aún, el mar estaba tranquilo, las estrellas brillaban con un gran fulgor.

Ir a la fiesta solo, con Alejandro, era una dicha; el mulato reacio y voluntarioso, se había obstinado en no salir y, encerrado en su cuarto, se negaba a complacerme; pero fueron tantas mis súplicas y mis empeños, que al cabo cedió, y muy de mañana nos pusimos en marcha para el muelle.

»Pusimos nuestras centinelas en tierra, y no dejamos jamás los remos de la mano; comimos de lo que el renegado había proveído, y rogamos a Dios y a Nuestra Señora, de todo nuestro corazón, que nos ayudase y favoreciese para que felicemente diésemos fin a tan dichoso principio.

Terminada la cena, nos fué imposible volver á dormir. ¡Medina! ¡Parada y fonda! ¡Cambian de tren los viajeros para Zamora y para Salamanca! gritó el mozo de la Estación. ¡Vaya una fonda y una parada inoportunas! exclamamos nosotros, dando un suspiro. Y nos pusimos á recoger nuestros enseres.