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Así como oyó Andrés nombrarse por su nombre, dijo: Pues Preciosa no ha querido contenerse en los límites del silencio, y ha descubierto quién soy, aunque esa buena dicha me hallara hecho monarca del mundo, la tuviera en tanto, que pusiera término a mis deseos, sin osar desear otro bien sino el del cielo.

Estaba allí para que él le aconsejase; más aún, para que pusiera remedio al mal, como cristiano y como caballero, ya que estos dos títulos estaban siempre en sus labios. Usted es el jefe de los suyos y por esto vengo a buscarle. Usted tiene medios de realizar el bien y devolver su honor a una familia. ¡El jefe!... ¡el jefe! murmuró irónicamente don Pablo.

Miguel, que estaba pasando un mal rato por el temor de que se pusiera en ridículo, respiró. Querido Mánchester, has estado bastante bien le dijo abrazándole. Y lo creía de buena fe. No podía negarse que Mendoza había progresado mucho.

Pero el coronel Machado, que es hombre que no se detiene ante ningún obstáculo para llegar al fin, y que comprendía lo necesario de su llegada á Guantánamo ordenó que la Compañía del Este pusiera á su disposición una cigüeña de vapor para hacer el viaje en unión de sus compañeros.

Hablas como un sabio, hijo mío, hablas como un sabio, y si no fuera indecoroso, pedía al ministro que me pusiera a descuento, a ver si me corregía. Después entró en las oficinas De Pas y allí tuvieron motivo para acordarse mucho tiempo de la visita.

La criada se deslizó blandamente por los oscuros pasillos y el ama entró en la alcoba. Al ver a su marido, sintió como si lo que está a cien mil leguas de nosotros se nos pusiera al lado de repente. Maxi había dado vueltas en el lecho y dormía como los pájaros, con la cabeza bajo el ala.

Quería sumergirse, desaparecer, descansar entregada a un sueño sin límites, y pensó como en un blando y misterioso lecho, en aquella tierra lejana de su infancia, donde estaba su único pariente, la tía devota y simple que la escribía dos veces por año, recomendándola que pusiera su alma en regla con Dios, para lo cual ya ayudaba ella con sus devociones.

Oía yo: ¡la señorita Fernández... por aquí; la señorita Fernández... por allá! ¿Conque no sabía usted el nombre de esa niña? No. ¿No? No. ¿Conque no? ¡No, y no! Pues ya lo sabe usted: se llama Gabriela. Angelina me veía y sonreía como si dudara de mi dicho, como si quisiera sorprender en mis ojos la verdad. No, Angelina: sería una locura eso de que yo pusiera los ojos en esa señorita.

Cualquier sepulcro que pusiera aquí, seria positivamente más sepulcro que las covachas que hemos visitado. El conserje se detuvo y calló. Todos nos detuvimos y callamos. El conserje permanece mudo, todos enmudecimos del mismo modo. Nadie respira, no se oye ni una mosca. ¿Qué significa esto?

Entonces, con el mismo ímpetu desordenado que pusiera días antes para resolver el casamiento con Muñoz, decidió ahora correr a casa de las Aliaga. ¿Qué pasaría a la pobre Laura? Acaso su anemia se había agravado... Oye, ordenó a Lola, dame el saco de piel, dame el sombrero gris, pronto, y no digas nada, no me has visto salir, no sabes nada de .