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Pero Visita era tambor de marina, como decían ella y la Marquesa; de otro modo, que nadie se la pegaba; conoció la turbación de Ana, y con gran júbilo, confirmó para sus adentros la teoría del pulvisés o sea de la ceniza universal. «Ana tenía celos; luego, tenía amor; no hay humo sin fuego».
Se lo decía ella a don Álvaro: Mira, chico, eso es hacer la tonta, la literata, la mujer superior, la platónica.... Que yo me escame y no deje acercarse a esos mocosos que luego se van dando pisto al Casino con sus demasías, no tiene nada de particular, porque... en fin, yo me entiendo; pero ella no tiene motivo para desconfiar, porque ni Paco ni Joaquín se van a atrever a tocarle el pelo de la ropa.... Todo eso es romanticismo, pero a mí no me la da; por aquello de «pulvisés».
En eso confiaba Mesía, en el pulvisés de Visita; pero se impacientaba ante aquel romanticismo de la Regenta.
Estaba tomándola el pulso a su modo. Clavó con sus ojos menudos los de Ana y repitió: ¿No sabes lo de Álvaro? El pulso se alteró, lo sintió ella con gran satisfacción. «A mí con santidades, pensó; pulvisés, como dijo el otro». ¿Qué le pasa? ¿qué se ha marchado? Ya lo sé. No, no es eso. ¿Qué? ¿No se ha marchado? Nueva alteración del pulso, según Visita.
Palabra del Dia