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Si andaba el birlocho, era un milagro; si estaba parado, un capricho de Goya. Fue preciso conformarnos con este elegante mueble: subí, pues, a él y tomé las riendas, después de haberse sentado en él mi amigo el extranjero.

Cuando se hubieron sosegado un poco, vinieron hacia él y le examinaron curiosamente. ¿Pero cómo diablo te ha dado la ocurrencia de ponerte así? ¿Te ha visto tu padre? No: me he ido a vestir a casa de un amigo: tengo allí el traje... Pues si te ve, de fijo le da un ataque. ¿Y a qué asunto te has vestido hoy de chulo? ¡Toma! ¿no sabes que se abre la temporada?

-No lo que te diga, hijo -respondió don Diego-; sólo te sabré decir que le he visto hacer cosas del mayor loco del mundo, y decir razones tan discretas que borran y deshacen sus hechos: háblale , y toma el pulso a lo que sabe, y, pues eres discreto, juzga de su discreción o tontería lo que más puesto en razón estuviere; aunque, para decir verdad, antes le tengo por loco que por cuerdo.

Bien, muy bien. Y vuestro sobrino... ¿dónde para? Preguntádselo al tío Manolillo. ¡Al tío Manolillo!... ¿pues qué, el tío Manolillo le conoce? El tío Manolillo conoce á don Francisco de Quevedo, y don Francisco de Quevedo es amigo... de mi sobrino.

Luego había un sin fin de martillos, garfios, peroles mu grandes, mu grandes... «más anchos que este cuarto». Pues, ¿y los paquetes de clavos? ¿Qué cosa había más bonita? ¿Y las llaves que parecían de plata, y las planchas, y los anafres, y otras cosas lindísimas?

¡Fuera el chulo sietemesino! ¡Que baile! contestaron desde arriba. ¿Se dirige V. a ? dijo uno levantándose con arrogancia. Me dirijo al que haya sido. Pues nos veremos las caras al salir. Se la veré a usted para escupírsela contestó Enrique encolerizado. ¡Fuera, fuera! ¡Que se siente ese babieca! gritaron desde arriba. No tuvo más remedio que hacerlo.

Pues dáos al diablo, les diría yo contestó D. Prudencio. Lo que es por ya serían independientes con una condición: con la condición de que cargasen con el pago de la deuda de Cuba.

Será muy frugal nuestro almuerzo, Horn. Yo tengo tres galletas. Y yo dos. ¿Y vos, Capitán? Mi pipa. Pues nosotros, ni eso dijeron Hans y el chino. Pues no moriremos de una indigestión, de seguro dijo el piloto, que no perdía su buen humor.

Existían realmente millones en esos terrenos del Colorado, pues se descubrieron abundantes minas de plata, de las que sacamos todos los años una renta asombrosa. Pero estamos de acuerdo, mi marido, mi hermana y yo, en separar de estas rentas una gran parte para los pobres.

Le es imposible concebir la inclinacion de los dos planos: pues refiriendo el objeto al extremo de la visual, y no habiendo podido comparar las variedades que resultan de la diferencia de distancias, de la posicion, y del modo con que el objeto recibe la luz, no puede hacer mas que distinguir las varias partes de un mismo plano. En esto es fácil hacer la contraprueba.