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Al pasar por delante, enseñé con rabia los puños, sin detenerme, al perverso enano, que aún seguía a la puerta, como guardián misterioso de algún cuento de Las mil y una noches. Como las calles son tan estrechas, los carruajes no pueden correr en Sevilla, so pena de atropellar a los transeúntes.

»Al acercarse a palacio, donde quiso entrar para ver al rey y a la reina, los centinelas le gritaron: «¡AtrásEntonces dio la vuelta y penetró por una puerta trasera en una pieza muy grande, donde vio entrar y salir mucha gente. Preguntó quiénes eran y supo que eran los cocineros de su majestad.

Por si a Nieves le había pasado lo propio, se acercó a la puerta de su gabinete, aplicó el oído a la cerradura, y, en efecto, Nieves se revolvía allá dentro. ¡Nieves! llamó trémulo de gusto. ¡Papá! respondió la voz argentina de Nieves . Estoy concluyendo de arreglarme... Allá voy enseguida. ¡Ajá! Pero dime: ¿has cumplido tu palabra? Como que me estoy vistiendo casi a obscuras.

El toro había despachado ya un número considerable de caballos. El infeliz de que acabamos de hacer mención, se iba dejando arrastrar por la brida, con las entrañas colgando, hasta una puerta, por la que salió. Otros, que no habían podido levantarse, yacían tendidos, con las convulsiones de la agonía; a veces alzaban la cabeza, en que se pintaba la imagen del terror.

Barragán después de esquivarse llegó a la calle del Arenal y corrió derecho a la casa de Tristán, subió en cuatro saltos la escalera y apretó el timbre de la puerta hasta que vinieron a abrirle. Aquel repique prolongado y angustioso a las once de la noche sobresaltó a Tristán que vivía siempre bajo el temor de una desgracia inmediata.

Los que poseían algún dinero estaban obligados á emprender una peregrinación de tienda en tienda ó formar cola á la puerta de los Bancos para cambiar un billete. ¡Ah, la guerra! ¡La estúpida guerra! En mitad de los Campos Elíseos vieron á un hombre con sombrero de alas anchas, que marchaba delante de ellos lentamente y hablando solo.

Sobre el duro azul de un celaje no empañado por la más leve bruma, ondean las flámulas, colocadas en mástiles a la veneciana alrededor del baluarte de la Puerta del Castillo, y sus gayos colores no desdicen del júbilo radiante del cielo y de la estrepitosa y alegre multitud. Arcos y ondas de follaje verde corren de mástil a mástil, disonando y contrastando con el tono cerúleo del firmamento.

Algunas criadas se sonrieron, y el niño, mirándolas en el rostro, exclamó nuevamente, golpeando con el pie en el solado: ¡Yo he de hacer lo mesmo, digo e aún más he de hacer, con la ayuda de Dios e la Virgen! Entretanto, a su espalda, la puerta de la escalera acababa de abrirse y una hermosa mujer, extremadamente pálida, toda vestida de negro, penetraba en la estancia.

Estas dos señoras son la esposa y la hija, respectivamente, de don Simón; dícelas éste «adiós» desde la puerta, si están solas, o saluda cumplidamente a las personas que las acompañan, y sale en busca de sus amigos para dar el acostumbrado paseo.

Era una mujer, y sus manos, que parecían desatadas desde aquella mañana dolorosa, iban a ella; su lengua libre, después de la vehemente confesión de amor a la puerta del huerto, hablaba ahora con ligereza, expresando una adoración que parecía resbalar sin huella alguna por la cara inexpresiva de Remedios, yendo lejos, muy lejos, donde permanecía oculta y ofendida la otra.