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La mesa está puesta, y entre el husmillo de una sabrosa sopa de anguila, queda todo en silencio, ese gran silencio de los apetitos robustos, que solamente interrumpe el feroz gruñir de los perros lamiendo a tientas sus cazuelas delante de la puerta. La velada no se prolongará mucho. Ya no quedamos junto al fuego, que también parpadea, más que el guarda y yo.
Llegó hasta ella rendido y sin aliento, que el bien, aunque sea fingido, cuesta caro, y parándose primero ante la puerta cerrada del templo, rodeó después el edificio a grandes pasos, buscando inútilmente entrada franca para la casa de Dios.
Entonces pasó una cosa singular: cuando la sastra se acercaba á la puerta, Batilo, el perro misántropo, que en aquella mansión había olvidado los hábitos propios de su raza, corrió tras ella, se agitó convulsivamente como quien hace un gran esfuerzo, y ladró, ladró como un mastín ante un salteador; persiguió á la mujer dando agudos aullidos, y hasta llegó á pillarle entre sus inofensivos dientes el traje y el mantón.
La puerta estaba obstruida por un inmenso gentío. Pero el Doctrino con los suyos, y Javier con Lázaro y el poeta, tuvieron medio de entrar por un patio interior. La sesión era muy agitada. Un orador acusaba al Gobierno de la destitución de Riego. Contó lo que había pasado en Zaragoza, y acusó á los habitantes de esta ciudad por no haber defendido á su General.
Entonces el ministro-duque se volvió con afectación á la puerta por donde había entrado la voz que pidió permiso, y dijo con cierta hueca benevolencia: Entrad, Montiño, entrad. Entró el cocinero mayor del rey, se inclinó profundamente tres veces, y luego, haciendo una mueca que parecía una sonrisa, dijo: ¿Quedó vuecencia contento del banquete de ayer, señor?
La gran casa antigua, con sus elevadas torres cuadradas, su entrada estilo rey Jacobo, su puerta cochera, los hermosos bojs de fantásticas formas y el reloj de sol de su primoroso jardín anticuado, poseía un delicioso encanto de que pocas mansiones antiguas podían jactarse; y, además, en su perfecto estado de conservación, sin ninguna alteración ni en sus más pequeños detalles, se encerraba otro interesante rasgo de su atracción.
Apenas Juan Montiño había desaparecido por la escalerilla de las Meninas, cuando Quevedo, que como sabemos observaba desde la puerta, se embocó por aquellas escaleras en seguimiento del joven.
Algún lejano aldabonazo retumbaba allá... en lo más remoto, y sobre las losas el golpe del chuzo del sereno repercutía majestuoso. Amparo se detuvo ante la casa de los Sobrados. Era ésta de tres pisos, con dos galerías blancas muy encristaladas, y puerta barnizada, en la cual se destacaba la mano de bronce del aldabón.
Lleno de despecho tomó su sombrero y bajó con las tres ilustres ruinas, que se llevaron una de las llaves de la casa, dejando á Clara la consigna de no salir del cuarto. Elías, que quedaba también en la casa, tenía la otra llave. No hacía cinco minutos que las Porreñas navegaban hacia la calle de San Mateo, cuando llegó el abate Carrascosa muy presuroso y tocó á la puerta. Elías bajó á abrirle.
Isidora marchó hacía la puerta. Este es mi destino...; quizás no nos veremos más... Adiós».
Palabra del Dia
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