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Los vecinos de los otros cuartos al subir la escalera y cruzar por delante de su puerta advertían por el montante una viva, esplendorosa iluminación y sentían en la nariz un penetrante aroma de violeta. No necesitaban más para penetrarse de la clara estirpe de la inquilina. Cuando Elena llegó no estaba Marcela y aún se pasó un buen rato sin que apareciese.

Se encerró en su despacho, sacó legajos y papeles y estuvo trabajando largo rato. Llamaron a su puerta humildemente y una doméstica preguntó si el señor bajaba a cenar. Respondió que le subiesen a la habitación contigua caldo y algunos fiambres y siguió trabajando. Al cabo se alzó del sillón y pasó al saloncito contiguo donde ya le habían preparado la mesa.

Los muros, enteramente desnudos, muestran á la roca viva á los sedimentos de arenisca levemente petrificada que componen el terreno, muy bien igualados y nivelados. ¡Pobres gentes! ¡Con qué gusto y buena voluntad, con qué candido orgullo de aseudosidad nos invitaban aquellas mujeres á visitarles sus grutas, desde la puerta hasta el último rincón.

Habia dispuesto la ciudad tres arcos triunfales, «el uno de los cuales era la misma Puerta Real de piedra... En el primero estaban las figuras de los emperadores Maximiliano, y Cárlos, y el rey D. Fernando el Santo, y el rey nuestro señor. Habia otras pinturas de mucho entendimiento. Encima de este arco estaba fingido el monte Parnaso con la fuente Helicona que manaba agua de azahar.

A la hora de mediodia se presentó el ermitaño á la puerta de una casuca muy mezquina, donde vivia un rico avariento, y pidió que le hospedaran por pocas lloras. Recibióle con áspero rostro un criado viejo mal vestido, y llevó á Zadig con el ermitaño á la caballeriza, donde les sirviéron unas aceytunas podridas, un poco de pan bazo, y de vino avinagrado.

En este tiempo tenía yo echada la aldaba a la puerta y puesto el hombro en ella por más defensa. Pasó la gente con su muerto, y yo todavía me recelaba que nos le habían de meter en casa.

El criado que le abrió la puerta le dijo que el Conde dormía con tranquilidad, que aquélla no era hora de visitas, que él no le pasaba recado y que se exponía a que le tirase a la cabeza los libros, el vaso de agua y cuanto tenía sobre la mesita de noche.

De repente se sintió asido como por unas tenazas de hierro, y lanzado dentro de un aposento. Luego se oyó la llave de una puerta, y le arrastraron á otro aposento.

El chico obedeció posando levemente los labios sobre el retrato. Su papá le pagó este acto de galantería con un sinnúmero de caricias y le fue a despedir hasta la puerta muy conmovido.

Por lo tanto, aquel mal golpe le había sido hecho a Marner por alguien a quien en balde perseguiría el constable. Qué motivo habría tenido el ladrón sobrenatural para verse obligado necesariamente a esperar que Silas se olvidara de cerrar la puerta con llave, no se le ocurrió a nadie.