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Tres soldados Miguelistas, del mismo pueblo y asistentes de los PP. que se habian llegado á la puerta de la capilla y de la cerca, espantados de una audacia tan desvergonzada, embistieron con las lanzas, y se atrevieron á echarlos con entera y manifiesta temeridad.
Se parecía mucho a su hermanita. Silas se dejó caer desfallecido en la silla, bajo el doble golpe de una sorpresa inexplicable y de un torrente rápido de recuerdos. ¿Cómo y cuándo había podido entrar aquella criatura? El no había salido más allá de la puerta.
Eran el tío Batiste, el alcalde, y su alguacil el Sigró. La huerta quedaba sin autoridad, pero tranquila. En el mar A las dos de la mañana llamaron a la puerta de la barraca. ¡Antonio! ¡Antonio! Y Antonio saltó de la cama. Era su compadre, el compañero de pesca, que le avisaba para hacerse, a la mar. Había dormido poco aquella noche.
Los lamentos de la tía Rojana y el cacareo de las gallinas que tranquilamente invadieron la sala común apenas abrió aquella la puerta de la venta, no tardaron en despertar á los huéspedes.
Pero ¿le ha dado a usted más golpes? Me ha sacudido un poco la badana respondió riendo candorosamente. Es cuestión de árnica y reposo... Yo creo que no me viene mal. Estaba demasiado apoltronado... Desde hace algún tiempo todos los días me convidan a callos... Voy engordando demasiado, ¿no te parece? Despidiose el P. Gil a la puerta de su casa y siguió caminando con pie más ligero hacia la suya.
Cuando llegó al teatro aún estaba el pórtico cerrado, y ante él esperaban, devorados de impaciencia y roídos de mal humor, grupos de papás, manadas de niñeras y enjambres de chicos. Por fin, abrieron, y la puerta comenzó a engullir gente. Todos se apresuraron: nadie dio tantos codazos como don Juan.
33 Entrando él [entonces], cerró la puerta sobre ambos, y oró al SE
Ni yo abundo mucho de dinero, porque hace dos días mis manos están hechas un río; ¡qué suerte, señor, qué suerte! Y se encaminaron á la taberna. Cuando entraron en ella se sentaron junto á una mesa, en un rincón obscuro, desde el cual podían ver la puerta de la casa donde habían entrado el sargento mayor y la Dorotea.
El camino serpentea por entre las casas, de suerte que los pasajeros que lo siguen han de ver necesariamente, y mientras atraviesan el pueblo, todas las casas de que se compone. Encuéntrase, sin embargo, una puerta algo más alta y otra más pequeña que las demás: éstas son las del patio en cuyo centro aparece escondida la casita de mi padre.
Cuando las campanas tocaron a misa se fue a la iglesia con la demás familia. Aquel día, en vez de subir hasta la sacristía, como siempre, se quedó a la puerta, y al poco rato de ponerse el cura en el altar, se alejó sin ruido de la iglesia y tomó precipitadamente el camino del Molino. Cuando llegó, Rosa estaba al lado del fuego arreglando la comida.