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La ciudad de Lóndres cuenta sobre el Támesis apenas once puentes, desde las alturas de Chelsea hasta las cercanías de los Diques, donde se ostenta el puente monumental llamado London bridge.

Este viaje iba á ser más corto que los anteriores. El Mare nostrum fué á Corfú con material de guerra para los servios, que reorganizaban sus batallones destinados á Salónica. En el viaje de vuelta, Ferragut fué atacado por el enemigo. Un amanecer, cuando subía al puente para reemplazar á Tòni, los dos vieron al mismo tiempo en forma tangible lo que llevaban á todas horas en su imaginación.

Mi cartera de viaje la tengo llena de los infinitos nombres con que se conocen en la localidad los montes, ríos y arroyos que por allí se encuentran. Frente al tribunal se alza un puente que pone en comunicación las dos márgenes del río á que da nombre el pueblo.

Bajó la calzada de Entralgo, pero antes de trasponer el puente siguió la margen izquierda del río, pasó por lo cimero de Cerezangos y se dirigió á Villoria. Los caminos eran de montaña: unas veces senderos en los prados, otras en los bosques de castaños, otras, en fin, calzadas estrechísimas entre paredillas recubiertas de zarzamora y madreselva.

Harto trabajamos Gabriel y yo junto al puente de Herrumblar dijo D. Diego . Verdaderamente, señora madre, si no es por nosotros... Ello fue que hicimos un movimiento con nuestro escuadrón en tales términos que... ¿te acuerdas, Gabriel? Francamente, si no es por nosotros... Calla, vanidoso dijo doña María . Más ha hecho el señor que y no se alaba de ello.

Tanto agradaban a Lucía el puente y el río, que a propósito andaba despacio al pasarlos. La cortina de verdor del parque nuevo se tendía ante su vista.

Y Pinzón juega en todo esto el papel de un traidor cauteloso, que fomenta los miedos ridículos de una marinería acostumbrada a navegaciones más azarosas... En el relato de su viaje, el Almirante, que era de carácter receloso y muy dado a ver traiciones y asechanzas en todas partes, no dice una palabra de intentos de revuelta, y varias veces, durante la navegación, aproxima su nave a la de Martín Alonso, le llama, entablan amistosa plática desde el puente, y se envían con una cuerda la famosa carta de Toscanelli para esclarecer sus dudas.

Al subir la rampa del puente del Real tuvieron que apartarse del borde de la acera, limpiándose con los pañuelos de blonda el polvo que levantaban las ruedas de un carruajillo descubierto que corría con velocidad insolente, arrollándolo todo. Era la última sorpresa.

Cuando saltó a bordo, el capitán le dijo con malos modos que hacía quince minutos que aguardaban por él: no le causó ningún efecto la reprensión. Subió al puente; en el momento de arrancar el buque, percibió en el balcón corrido de la casa de D. Valentín la figura de la niña.

Este sitio solitario, bastante alejado del castillo, era el lugar que había escogido yo para mis meditaciones. Me detuve junto al puente cargado de escarcha, a pensar en el porvenir y a admirar los enormes copos de nieve, pendientes de la cascada al ser sorprendidos en su líquido curso por el hielo.