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Te dije que no se leía ni se escribía. ¿Cuál será tu asombro y tu placer cuando te pruebe que tampoco se habla? ¿No puedes concebir que llegue a tanto la moderación de este inculto país? ¿Y por eso lo llaman inculto? ¡Hombres injustos! Llamáis a la prudencia miedo, a la moderación apocamiento, a la humildad ignorancia. A toda virtud habéis dado el nombre de vicio.

«Nada; me lo puedes creer». «¿Ese alma de Dios te da todo lo que necesitas?». «Todo; me lo puedes creer». «Quiero regalarte un vestido». «No me lo pondré». «Y un sombrero». «Lo convertiré en espuerta». «¿Has hecho voto de pobreza?». «Yo no he hecho voto de nada. Te quiero porque te quiero, y no más».

Estaba muy agradecida al señor de Feijoo, que se portaba con ella como un caballero, y no tenía nada de quisquilloso, ni las impertinencias que suelen gastar los hombres. El primer día le leyó la cartilla, que era muy breve: «Mira, yo te dejo en absoluta libertad. Puedes salir y entrar a la hora que quieras, y hacer lo que te tu real gana. No soy partidario del sistema preventivo.

¿Serás capaz de negarte a cumplir los sagrados deberes de esposa y de madre sólo por no poder ser útil a tu tío? ¿Qué vas a responder cuando Dios te pida cuenta de tus actos? ¡Tienes que casarte, Antonia! Y cuenta que puedes tener aspiraciones muy altas. Aunque yo viva apartado de la sociedad no dejaré de conservar en ella mi influencia y mis amigos y podré proponerte un buen partido.

Eso de «cursi» podrá aplicarse al que sueñe con el jesuíta temible, en Londres ó en Berlín: pero aquí ¡vaya con la cursilería! ¡y no puedes moverte sin tropezar con ellos!... ; aquí dominan mucho dijo el millonario con gravedad.

Cuando recibas ésta me hallaré lejos y jamás volveré a importunarte con mi presencia. Te dejo toda mi fortuna: sólo me llevo lo necesario para vivir. Gasta todas las rentas que te entregará Cirilo. Es el último favor que te pido y también que disculpes mi ausencia. Puedes decir que estoy en América, donde tenía comprometidos algunos intereses. Nada más.

No puedes formarte idea de las palabras tiernas que le dije para que se calmara; pero nada podía consolarla de que no os hubierais salvado también y el buen sacerdote.

te pasas el día y la mitad de la noche en alguna conspiración... porque por el lado de las mujeres no temo nada, francamente. Ni a ti te gusta eso, ni puedes aunque te gustara...». Aquel ni puedes incomodaba tanto al joven y le parecía tan humillante, que a punto estuvo de dar a su tía un mentís como una casa.

Consulta bien a tu corazón, haz algo que sea semejante a un examen amoroso de conciencia, y si quedas seguro de que todavía puedes quererla, prepárate a sufrir una gran desilusión y a luchar con la más terca manía que cabe en cabeza humana.

puedes equivocarte. ¿Si a pesar de tus valientes esfuerzos, nuestra casa no se levantase?... Piense usted primero en María Teresa, en ella sola; poco importa lo demás. Se trata de ella, no se ocupe usted de : yo no necesito de nada. Con tal que yo trabaje hasta mi último día y que usted me guarde un sitio a su lado, viviré resignado, si no feliz...