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Madres de familia, las que creéis que el cielo está arriba, no llevéis jamás a vuestras hijas a la cazuela. Rogad a Dios que las lleve Satanás al infierno antes; en el infierno estará más protegido su pudor, que en aquella galera donde vuela el chisme, enreda la intriga, muerde la calumnia y se ensaña la envidia.

No lo niego. Ambos rieron con alegría, embromándose cariñosamente, mecidos en dulce fraternidad que los hacía felices. Cecilia se retiró al fin. Antes de llegar a la puerta se volvió, preguntando con timidez, donde apuntaba un vivo y mal disimulado deseo: ¿Quieres que te haga yo la cura?... Debes estar molesto... El joven vaciló un instante. Temía ofender el pudor de su hermana política.

Como quiera que sea, no es posible ver sin indignacion que el rigor de las exigencias fiscales implique el sacrificio del pudor ó de la dignidad del viajero, sometido á la prueba del tacto, el registro, etc.

Lo particular era que la sensualidad, la parte grosera del amor, permanecía en ella velada por un pudor admirable. Jamás habló de resistencia, ni de perdición, ni echó en cara lo que daba, ni tuvo miedo, ni alardeó de doncellez.

El marido protestaba, intentando rebelarse. Pero las dos se indignaban contra él porque osaba interpretar estas diversiones inocentes de un modo ofensivo para su pudor. ¡Qué de disgustos proporcionaron las dos Marquesitas, como las llamaban en la ciudad, a la austera doña Elvira!... Mercedes, la soltera, se fugó con un inglés rico.

Se detuvo después de estas últimas palabras, pronunciadas con la precipitación de un hombre que se apresura, y aquella expresión de pudor entristecido que sigue generalmente a las expansiones demasiado íntimas.

El epicúreo por sistema, que en su pueblo insultaba sin pudor el decoro público, siendo mal marido y mal padre, ¿creeis que renunciará a su libertinaje cuando se vea elevado á la magistratura, y que de su corrupcion y procacidad nada tendrán que temer la inocencia y la fortuna de los buenos, nada que esperar la insolencia y la injusticia de los malos?

El pudor, la candidez, la inocencia, todas esas prendas, que los hombres estimamos mucho, forman no ya un velo tupido, sino una muralla alta y gruesa, que sirve de reparo al corazón para que no se descubra ni se lea lo que en él importa leer. De aquí el engaño que padecen con frecuencia los hombres más despejados; engaño que no ven sino cuando ya no tiene remedio: después que se casan.

Ketty le contó paulatinamente a Elisa, con esa mezcla de pudor y de intrepidez, que es uno de los hechizos de las de su raza, que sentía una tierna inclinación por el marqués, pero que, al mismo tiempo, estaba convencida de que aquél era totalmente indiferente hacia ella, por cuya razón partía desesperadamente.

¡Alto, alto! exclama Carmelita. ¡Paren ustedes! Nadie hace caso. Las ropas de la Niña van subiendo, subiendo: no se sabe dónde se van a detener. ¡Alto, alto! ¡Por Dios, señor alférez! ¡Anda con ella! rugen los militares. Y el columpio sigue cada vez más vivo. Nuncita está tan asustada que no tiene tiempo a pensar en el pudor.