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Mal prevenido el gran Maestre de San Juan, Gaspar de Valette, no pudo resistir el furioso embate y repetidos asaltos de los genízaros; faltáronle municiones, vituallas y gente, obligándole la necesidad á capitular con seguro de las vidas.

Entonces le acompañó Clara, que no pudo separarse de sus pobres amigas sin llorar mucho, ni pudo acostumbrarse tampoco á mirar cara á cara á su protector, porque le daba mucho miedo.

El moribundo quiso levantar una mano y no pudo; miró a la niña con ternura inmensa, y haciendo un penoso esfuerzo, dijo: Yo te enseñaré... Bendita sea tu pureza... Dilo. Los ojos de la niña se llenaron de lágrimas y su pechito comenzó a estremecerse como el de un pájaro asustado; su abuela le dijo al oído: Dilo, hija mía... Si lo sabes , dilo...

»Pero no los pudo quitar que Lotario no le viese una vez salir, al romper del alba; el cual, sin conocer quién era, pensó primero que debía de ser alguna fantasma; mas, cuando le vio caminar, embozarse y encubrirse con cuidado y recato, cayó de su simple pensamiento y dio en otro, que fuera la perdición de todos si Camila no lo remediara.

Esto del frío produjo en mi imaginación un trastrueque súbito de ideas; y olvidando al enfermo, no me acordé más que de la intentona dispuesta por los tres forajidos para aquella noche; y así es que pregunté a Neluco con la misma avidez que pudo hacerlo Facia en sus «mejores días» de espantos y congojas: ¿Cree usted que nevará?

No pudo suceder á Don Fadrique cosa que más le importarse para la seguridad y quietud de su nuevo reinado, que librar á su pueblo de las contribuciones y alojamientos de huéspedes tan molestos, como suelen ser los soldados mal pagados.

Guillermina se quedó atontada cuando oyó esta atrocidad: «¡Angelical!... , todo lo angelical que usted quiera; pero no tiene hijos. Esposa que no tiene hijos, no es tal esposa». Guillermina se quedó tan pasmada, que no pudo responder.

Raquel, anonadada, palpando en la actitud de Adriana algo inquebrantable, ya no respondió una palabra. Sin embargo, no dejó de espiarla, para encontrar acaso la oportunidad de una última tentativa. Sorprendió en ella indicios de pánico. Más de una vez pudo observarla que se arrodillaba, creyéndose sola, y que oprimiendo contra el pecho un crucifijo, parecía pedir una inspiración al cielo.

De esta suerte pudo muy bien nuestro D. Fadrique, sin apartarse un ápice de la verdad, dejar de ser creído en algo, sin que sus paisanos se atreviesen á decirle, como decían al mayordomo del Duque cuando hablaba del Vesubio: "¡Esa es grilla!"

Pronunció el Conde estas frases con tanta seriedad y energía, que Arturo no pudo escurrirse tomándolas a risa. Era necesario contestar por lo serio.