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Berenguer con sentimiento que debia, según él refiere en su relacion que envió al Rey Don Jaime II. de Aragon, dijo al tiempo que se partia, cuando sus ruegos y razones no le pudieron detener, que el Infante fué como le plugo y no como hijo de su padre. No perdieron los nuestros ánimo con la partida de Don Sancho, ni verse desamparados de la mayor fuerza les hizo mudar parecer.

Esto, en los oyentes desapasionados, y que asistían allí, más para recrear el alma con el poético entretenimiento, que para censurarle. Que los zánganos de la miel, que ellos no saben labrar, y hurtan á las artificiosas abejas, no pudieron dexar de hacer de las suyas, y con murmuradores cencerros picar en los deleitosos panales del ingenio.

A pesar de este percance, pudieron llegar a Pierreclos y a Milly, abandonados ya estos pueblos por el enemigo. Ayer tuvieron otra batalla junto a Villafranca, en la que los franceses fueron rechazados; se dice que las pérdidas han sido grandes por ambas partes.

La audacia no abandonó a la niña, la audacia de la mujer enamorada. ¡Ay, perdóneme usted, León! Cuando se lo concedí a usted no me acordaba que ya lo tenía comprometido con Pepe respondió en un tono que podía envidiar la más consumada actriz. El conde se retiró diciendo algunas palabras de cortesía, que no pudieron ocultar su mal humor.

Armados, pues, de cuantos instrumentos ruidosos pudieron haber, con grandes trasparentes, donde aparecían pintadas las mismas grotescas figuras de la carroza con bestiales leyendas debajo, y teas en las manos, se congregaron más de trescientos muchachos en Altavilla, y alrededor de ellos media población que los alentaba con sus carcajadas. El estruendo era horrísono.

Sin duda la presencia de estos viejos ha resucitado en la memoria de la muchacha la imagen de otros viejos largamente olvidados. La trémula Baucis da explicaciones. Dos días en ferrocarril. Han huído con todo lo que pudieron llevarse. Su última comida fué en la tarde del día anterior; pero esto no les aflige: los viejos comen poco. Lo que les aterra es el cansancio.

Y cuando hubo saboreado lentamente un polvo de rapé, como para tomarse tiempo de reunir sus recuerdos, el señor Baraton prosiguió en esta forma: ¿Quién de ustedes ha conocido aquí a la pequeña Judit? Miráronse, y ni los abonados más antiguos de la orquesta pudieron responder.

Divulgóse esta voz por el pueblo, y fuese por malicia de ellos ó por ardid diabólico del demonio, que perdía mucho en la conversión de aquellos bárbaros, comenzó la chusma á hacer muchos maltratamientos al venerable P. Lucas Caballero y al P. Felipe Suárez, antes que con detestable atrevimiento pusiesen fuego á la iglesia, de donde por este insulto se vieron obligados á salir y pasarse á un rancho ó choza poco distante; pero ni aun aquí pudieron parar, porque los bárbaros les buscaron por todas partes armados con sus arcos y macanas, y hubiéranlos hecho pedazos si no hubiera sido porque esperaban á sus caciques que estaban no muy lejos de allí.

Los diarios quehaceres de la vida conventual no pudieron hacerlo olvidar su pena: ni los versículos de los Salmos ni las oraciones del Oficio.

No estaban allí a la sazón más que tres redactores. Uno de ellos era el traidor Sinforoso Suárez. Sin decirles una palabra, cayó sobre ellos a puñadas y puntapiés, con tal maña y coraje, que no pudieron hacer resistencia. Cuando alguno se levantaba del suelo, un tremendo revés a mano vuelta le tumbaba de nuevo.