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No pude porfiar, perdido de risa de ver la suma ignorancia; antes le dije cierto que eran dignas de cualquier premio y que no había oído cosa tan graciosa en mi vida. ¿No? -dijo al mismo punto-; pues oya V. Md. un pedacito de un librillo que tengo hecho a las once mil vírgenes adonde a cada una he compuesto cincuenta octavas, cosa rica.

Yo que aquello , juntóseme el cielo con la tierra, y dije: "¡Oh desdichado de ! Para mi casa llevan este muerto." Dejo el camino que llevaba y hendí por medio de la gente, y vuelvo por la calle abajo a todo el más correr que pude para mi casa, y entrando en ella cierro a grande priesa, invocando el auxilio y favor de mi amo, abrazándome dél, que me venga a ayudar y a defender la entrada.

Aquél tendimos, haciendo cuenta de ablandalle, lo cual era imposible, porque de lo duro mal se puede hacer blando. El diablo del enjalma maldita la cosa tenía dentro de , que puesto sobre el cañizo todas las cañas se señalaban y parecían a lo proprio entrecuesto de flaquísimo puerco; y sobre aquel hambriento colchón un alfamar del mesmo jaez, del cual el color yo no pude alcanzar.

¿Los amigos? Son amigas. Dos muchachas. ¿Las que dan quehacer a la señora Alacrana? Araceli dijo con inquietud ¿usted oyó el coloquio que conmigo tuvo aquella mujer?... Es una indiscreción. Los buenos amigos cierran los oídos al susurro de lo que no les importa. Yo estaba tan cerca, y la señora Alacrana se cuidaba tan poco de la presencia de un extraño, que no pude cerrar los oídos.

Las primeras palabras de ella fueron dirigidas a dar las gracias a la señora por la cortesía que usaba recibiéndome en su casa. Tuve ocasión, a este propósito, de deslizar algunas lisonjas que le supieron a almíbar a mi futura mamá, como luego pude conocer. Entrando después en el asunto, me mostré enteramente seguro de casarme con Gloria. Lo di como cosa indiscutible.

¿Qué? me replicó el cazador. Y ya no pude dudar. Andrés dio algunos pasos hacia donde yo estaba. Le veía apenas aunque sobrepasaba casi con todo su cuerpo la oscura barranca.

No era amada y partió para el otro mundo sin gran cortejo de simpatías. Yo volví del entierro, haciendo esfuerzos para sentir un poco de tristeza, pero no pude conseguirlo. Por grandes que fueran los reproches de mi conciencia, un sentimiento de libertad se agitaba en mi cabeza y en mi corazón.

Lo más que yo pude hacer fué dar en ellos mil besos, y lo más delicado que yo pude, del partido partí un poco al pelo que él estaba, y con aquel pasé aquel día, no tan alegre como el pasado.

De sus padres sólo pude sacar en limpio, en las diferentes veces que le pedí noticias sobre ellos, que habían sido el entronque de la casa «única» de los Ruiz de Bejos, de Tablanca, con la de los Gómez de Pomar, la más ilustre de las de Promisiones.

Después que hubo contestado a mi alegre mirada con otra del mismo género, sus ojos procuraron no encontrarse con los míos, y entonces pude observar bien la tristeza, el recelo y el inexplicable temor de que estaba poseído.