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Seguimos el arroyo que baja de la montaña á unirse en la Segada con el Lora, caminando siempre entre árboles. Como íbamos formando grupo, apenas pude hablar con ella. Llevaba un vestido azul oscuro; el cabello al desgaire; en el brazo derecho un brazalete de esmeraldas y en el cuello un medallón de las mismas piedras.

Y Bonis, llorando al pensar esto, se decía, arrimando la cabeza contra una pared: , ; lo de siempre; el anhelo de toda mi vida desde que pude tenerlo: ¡el hijo! Por su espíritu pasó como el halago de una mano de luz que le curaba, sólo con su contacto, las llagas del corazón.

Así es la verdad... Me las envió por una persona segura. ¿Puedo saber el nombre de esa persona? ¿Para qué?... Eso importa poco... Me importa mucho, al contrario, saber quién ha intervenido en un episodio tan lamentable para . Pues bien, puede usted preguntarla y sabrá que no miento: es Elena Lacante. ¡Elena! No pude contener un grito.

Y no holgué yo menos de esta feria Salir, que me cabia mucha parte, Y así en el Concilio mi miseria Gasté con mi pequeña industria y arte: Por me en pobreza, y gran laceria, Mas nunca jamas pude yo olvidarte España, dulce amiga, cuyo hipo, Me trajo sin sosiego, y el Filipo.

Carlos, según pude deducir, era su dios, su ídolo; y el anciano no encontraba sobre la tierra persona a quien compararle. Pero de pronto, y como si temiese que su entusiasmo le llevase demasiado lejos, cesó de prodigarle sus elogios.

Después que le hube explicado, todo lo mejor que pude, me dijo: Lo único que puedo decirle, mi querido amigo, es que ha estado tan cerca de la muerte como ninguna otra persona que yo haya asistido. Ha sido el suyo un caso de los más expuestos que pueden darse. Cuando Seton me llamó la primera vez y lo vi, creí que todo había terminado.

Y seguí mi vida. ¡Ay! ¡Cuando me acuerdo que algunas veces acorté el tiempo que me había propuesto pasar junto á mi hijo para seguir á algún hombre que apenas me interesaba!... Ahora que no lo tengo, pienso en las horas que pude vivir á su lado y fueron dedicadas al primero que excitó mi curiosidad... Es mi remordimiento más terrible, lo que me roe durante la noche y me obliga á pensar en el juego como único remedio.

No es, en verdad, amor, ni merece tan santo nombre, lo que yo he sentido y conocido desde la bajeza impura en que nací hasta el día de hoy. Sólo es amor, cumplido y entero, el que yo columbré remotamente entre los brazos de Juan Maury, y que por mi indignidad o por mi desgracia no pude alcanzar nunca.

¡Y me equivoqué! Porque un instante después pude ver, entrando vacilantes y de la mano, por la puerta de la sala, a nuestros cuerpos muertos, que volvían obstinados... La voz se quebró de golpe. ¡Cocaína, por favor! ¡Un poco de cocaína! Todo el día, sentados en el patio en un banco, estaban los cuatro hijos idiotas del matrimonio Mazzini-Ferraz.

Esa tarde pude admirar la hermosura de las muchachas más lindas de Villaverde. Sencillas, vestiditas modestamente, ajenas a las modas y a los figurines de París; modositas, tímidas, pacatas, tristes, como si a los quince años empezaran a envejecer; niñas grandes, que me parecían sin ilusiones ni esperanza, y para quienes el mundo se reducía a la silenciosa ciudad nativa.