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Levantóse muy de mañana al otro día, fuese a la capilla de Santa Eugenia, oyó dos misas y comulgó devotamente; la prudencia de la mujer había tirado la noche antes sus cálculos, y la fe de la cristiana iba a buscar entonces en el Sacramento la gracia divina que necesitaba para vencer en la lucha.

Creemos, sin embargo, que el lance no tendrá consecuencias de ningún género, dada la prudencia proverbial de las personas interesadas

El clérigo no contestó; pero en sus ojos brilló una chispa de malicia, que me indicó que sólo callaba por prudencia. Bien dije después de chupar tres o cuatro veces el cigarro en silencio. Pues lo único que le ruego, por ahora, es que no se moleste a la hermana.

-Eso haré yo de muy buena gana, señor mío -respondió Sancho-, y volvamos a mi aldea en compañía destos señores, que su bien desean, y allí daremos orden de hacer otra salida que nos sea de más provecho y fama. -Bien dices, Sancho -respondió don Quijote-, y será gran prudencia dejar pasar el mal influjo de las estrellas que agora corre.

Iba a estallar su furibunda cólera; pero aún era mayor el caudal de su prudencia que el caudal de su enojo...; se contuvo y cerró otra vez los ojos, ya que no podía cerrar los oídos. Después siguió el mancebo me preguntaron si mis hermanas usaban navaja, si tocaban la guitarra, si iban a los toros y si yo era familiar de la Inquisición. ¡Cómo se reían aquellos condenados!

Demasiado sabía ella que no era piedad verdadera, que con semejantes arrebatos nada ganaba para con Dios... pero, ¿no serían tampoco más que nervios? ¿Serían indicios peligrosos de un espíritu aventurero, exaltado, torcido desde la infancia?». «Había de todo». El Magistral, procurando vencer la exaltación que le había comunicado su amiga, quiso hablar con toda calma y prudencia. «Había de todo.

¿Cómo conoció tu mujer á Fontenoy?... Me has dicho que era amigo antiguo de su familia... y eso es todo lo que sabes. Aún se contuvo un momento, pero su cólera le empujó, pudiendo más que su prudencia, que le aconsejaba callar. Las mujeres conocen siempre nuestra historia, y nosotros sólo sabemos de ellas lo que quieren contarnos.

La dama manifestó que, debiendo levantarse temprano para estudiar sus lecciones, necesitaba más sueño. No se dio aquél por convencido. Comprendía que se trataba de una ruin venganza; pero tuvo la prudencia de callar, temiendo mayor daño. A Amalia se le ocurrió entonces herirle de modo más directo.

El honor, aquella quisicosa que andaba siempre en los versos que recitaba su marido, estaba a salvo; ya se sabe, no había que pensar en él; pero bueno sería que un hombre de tanta inteligencia como el Magistral la defendiera contra los ataques más o menos temibles del buen mozo, que tampoco era rana, que estaba demostrando mucho tacto, gran prudencia y lo que era peor, un interés verdadero por ella.

La ley cristiana que prohibe los juicios temerarios es no solo ley de caridad, sino de prudencia, y buena lógica.