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Los circunstantes estallaron en una carcajada. La joven volvió la cabeza con asombro y viendo todos los ojos posados sobre ella con expresión maliciosa se ruborizó. Poco tiempo después se sentaban a la mesa. Era ésta suntuosa, refinada, provista de todas las adquisiciones gastronómicas.

El comedor, en el que la abuela y yo estamos como alejadas, y el salón, en el que parecen perdidas las butacas en cuanto estamos solas en él, completan la planta baja. En el piso primero se encuentran todas las alcobas, de dimensiones más ordinarias, gracias al cuarto de tocador de que cada una está provista.

Una sola persona se lo mandó a casa; y consistió el regalo en un magnífico neceser de costura, formado por una gran caja de piel de Rusia, colocada sobre un precioso mueblecito, y provista de tijeras, pasacintas, devanaderas, carretes y dedal, todo de plata: nada faltaba de cuanto puede desear una mujer aficionada a hacer labores.

Lo mejor del cuadro era mi habitación, amplia, sin llegar a lo enorme, como su colindante y la cocina, blanca y bien provista de muebles; pero ¡qué frío se sentía en ella! ¡Y aún no había empezado el mes de noviembre!

Pero don Jorge, que no perdía fácilmente su orientación, sabía que apenas habían hecho la mitad del viaje a Sandy-Bar, y la partida no estaba equipada ni provista para hacer alto. Sin embargo, no hizo más que recordar esta circunstancia a sus compañeros acompañándola de un comentario filosófico sobre la locura de tirar las cartas antes de acabar el juego.

Una ancha mesa, con un dorado sitial en el centro, y otra formando martillo con aquella, provista de trece tinteros sujetando bajo su base blancas cuartillas, se destacaban en el testero de la derecha.

Ocurriósele de pronto una hipótesis: acaso la viajera fuese una miss inglesa o norteamericana, provista de rodrigón y paje con llevar en el bolsillo un revólver de acero de seis tiros.

Levantose llena de espanto, y, provista del maléfico cardo, se deslizó hasta la entrada de la cueva; separó la maleza y vio, a unos cincuenta pasos, al loco Yégof que avanzaba a la luz de la Luna; venía solo y gesticulaba, hendiendo el aire con su cetro, como si millares de seres invisibles le rodeasen.

Tomábalo D. Álvaro de las manos de su hija y comenzaba las Ave-Marías, paseando lentamente de una esquina á otra del salón. La familia y los vecinos se arrodillaban devotamente frente á una estampa ordinaria y ridícula de la Virgen, que, provista de marco negro, colgaba sobre el sofá, y respondían con sordo y prolongado murmullo á las oraciones que D. Álvaro decía en alta voz.

Quedó aplacado el guijarreño mozo por la magia de aquella sorpresa, y como Narcisa creyese prudente recobrarse «del síncope», porque la sopa se estaba enfriando, se hizo la paz en un minuto, Julio dejó de sonreir, y todos se sentaron a la mesa, provista de otros platos y de otras copas. Comieron de prisa y comieron mucho; allí siempre se comía mucho.