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Matienzo el Presidente no repugna En esto; que formando una quimera, En el cuerno le pone de la luna Al Argentino reino y su ribera: Y dice, que no puede haber alguna Provincia de riqueza en tal manera, Cual esta; aunque rodeen todo el mundo Entre el polo primero y el segundo.

Tenía este prurito y el de hablar bien y formalmente de todas las cosas. Había sido dos o tres veces diputado por un distrito de la provincia de Cáceres, de la cual era nativo él.

¿No me ha dicho usted que está seguro de que el camino se hará si yo le voto? Si llego a ser diputado. Que es lo mismo, según yo voy observando. Pues bueno. El día en que el Gobierno, o la provincia..., o el demonio, haga el camino, recoge usted su depósito... y en paz.

Con esto mandó que nos previniésemos para entrar en la provincia, aunque veia el poco provecho que se nos seguia, porque no era hombre para tanta empresa, y le aborrecian todos los capitanes y soldados, tanto como él era perezoso, y poco piadoso con los soldados . Caminamos 18 dias, y no vimos ni á los Cários ni á otros indios, y faltándonos la comida, fué preciso volver al puerto de los Reyes, dando antes órden á Francisco de Rivera, que con otros diez soldados, pasase adelante, y que, no hallando gente á los diez dias de camino, se volviesen á las naves donde los esperábamos.

Algo disgustaba al elegante ir convertido en cicerone de un ente tan grotesco; pero la intimidad con que le trataba el personaje cortesano le hizo ver en el de la aldea un mandarín inculto, una potencia electoral, un reyezuelo de provincia. Su momentáneo desagrado se trocó bien pronto en solicitud deferente y hasta respetuosa.

Hiciéronse pesquisas de malhechores y homicidas, hubo castigos merecidos, y se puso en quietud y seguridad la provincia. A D. Alonso se le mandó salir de la ciudad.

Allá en tiempos lejanos, uno de sus antepasados había contraído matrimonio con cierta rica heredera del Norte de España y había venido á establecerse á Madrid. Sus descendientes continuaron residiendo en esta capital, enteramente naturalizados y disfrutando las pingües rentas que venían de Nápoles y las aún más cuantiosas que llegaban de la provincia española del Norte, en que ahora nos hallamos.

Los versos en que Schiller encomia a sus paisanas, pudieran con más razón aplicarse a las mías. No es la alemana la que describe el gran poeta: es la madre de familia de mi provincia o de mi lugar: Ella en el reino aquél prudente manda; Reprime al hijo y a la niña instruye, Nunca para su mano laboriosa, Cuyo ordenado tino En rico aumento del caudal refluye.

Gante, un tiempo capital del condado de Flándes, es el centro político y social de la provincia del Este, contando en su seno como 112,000 habitantes.

Pero una noche tuvo un encuentro triste. Al entrar en la Plaza de Provincia vio una persona, dos, tres. Eran un hombre cojo, bien envuelto en su capa, una mujer tan bien resguardada del frío, que sólo se le veían los ojos, y un niño con gabán y bufanda, mostrando la nariz húmeda y los carrillos rojos de frío.