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Le parecía que era el adecuado complemento de aquella otra tendencia que sentía a enrojecer las de los caballeros con sus proverbiales bofetadas. Ambas inclinaciones acusaban su temperamento heroico y daban testimonio innegable de su procedencia del arma de caballería.

Los rayos de la luna prestaban a la belleza de la joven un no qué de fantástico; y los hombres, que nos pirramos siempre por esas fantasías de carne y hueso, la echaban una andanada de requiebros, a los que ella, por no quedarse con nada ajeno, contestaba con aquel oportuno donaire que hizo proverbiales la gracia y agudeza de la limeña.

Más de veinte años hacía que Fuentes venía alegrando las comidas y los saraos de la capital, desempeñando en ellos el papel de primer actor cómico. Algunos de sus chistes habían llegado a ser proverbiales; repetíanse no sólo en los salones sino en las mesas de los cafés, y hasta llegaban a las provincias. Contra lo que suele suceder en esta clase de hombres no era maldiciente.

Todo el mundo conoce a Melisa, que así se la llamaba por toda la comarca del Red-Mountain; todos la conocían por una chica indómita. Su temperamento díscolo e ingobernable, sus locas extravagancias y carácter desordenado, eran tan proverbiales a su manera como la historia de las debilidades de su padre, y eran aceptadas por los vecinos con la misma filosofía.

Fijábase únicamente en las distinciones con que se le honraba en aquella alta región. El ministro le pasaba la mano por el lomo; le llamaba «mi excelente don Simón», y hasta le daba un cigarro o se le pedía; y los porteros del Ministerio, esos proverbiales cancerberos, bruscos y desabridos hasta la ferocidad con todo simple mortal, con él se descoyuntaban a reverencias y cortesías.

Su esposa se alegró de aquel retiro forzoso, aunque deplorase que viniera al seno de la familia con un hombro de algodón. Consideraba como virtud excelsa, privativa del militar, la energía lo mismo en el campo de batalla que tomando café en el casino. Sus disputas, sus baladronadas en este centro de recreo eran proverbiales en Peñascosa y las bofetadas que solía repartir al final de ellas también.

Al pequeño le llamaban el Mayor porque era el más antiguo o porque era el más rico. Prestaba dinero a las personas distinguidas, no era muy tirano en materia de réditos y plazos, y su discreción y sigilo eran proverbiales en la provincia.

El Nacional renunció a las más altas glorias de la tauromaquia. Banderillero nada más. Se resignaba a ser un jornalero de su arte, sirviendo a otros más jóvenes, para ganar un pobre sueldo de peón con que mantener a la familia y hacer ahorrillos que le permitiesen establecer una pequeña industria. Su bondad y sus honradas costumbres eran proverbiales entre la gente de coleta.

Los sucesos sorprendentes, las situaciones interesantes, que excitan la curiosidad, y hace surgir el poeta de estos motivos, eran ya proverbiales en vida del autor: llamábaseles Lances de Calderón, y no faltaban entonces personas, que criticasen la repetición constante de causas iguales para atraer la atención. Nuestro mismo poeta aprobaba estas observaciones, y hasta las formulaba chanceándose.

Granate era el hombre de los disparates lingüísticos. No tenía conocimiento de la forma verdadera de una gran parte de las palabras; las modificaba de modo que resultaba muy cómico. Sin duda dependía de falta de oído, dado que hacía ya algunos años que había regresado de América y trataba con personas cultas. Sus bárbaros atentados contra el idioma eran proverbiales en Lancia.