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No es éste lugar oportuno de desenvolverlas prolijamente, y nos limitaremos, por ahora, á indicar sus principios más culminantes. Por otra parte, era indispensable defender á una dama perseguida por su esposo, padre ó hermano, teniendo ella derecho á que la protegiese el primero que encontraba y cuyo socorro pedía, sin preguntarle su nombre ni levantar su velo.

Viéndose en el mundo vulgar, como simple mujer de labrador, después de haber sido primera dama en el Paraíso, tuvo que hacerse á toda prisa un manto de hojas secas que la protegiese del frío y le permitiera mostrarse con un aspecto de persona decente ante los seres celestiales.... Pero ¿cómo puede una señora tener buen aspecto llevando siempre el mismo vestido?... Esto equivalía, además, á colocarse al mismo nivel de los animales inferiores, que desde que nacen hasta que mueren llevan siempre el mismo pelaje, las mismas plumas ó el mismo caparazón.

Hay que buscar el apoyo de las mujeres, y para esto me ha prometido don Isidro presentarme a esas señoronas ricas que hablan con él y se sientan en la parte de proa. Parecen muy entusiasmadas con el obispo italiano: «Monseñor, aquí; Monseñor, allí», pero yo soy español, y ¡quién sabe!... Me gustaría encontrar una señora rica que me protegiese.

Unos milímetros menos, y se perdían en el agua lóbrega poblada de caimanes.... ¡Que Dios protegiese á los valientes que se quedaban en tierra! Cuando las luces del puerto empezaron á borrarse en la obscuridad, Jaramillo, considerándose seguro, empezó á formular sus protestas.

Durante la lectura de las últimas páginas de La sima nos forjamos por algunos momentos la grata ilusión de que Ramona, en medio de su abandono, iba a hallar un noble valedor en el torero: alguien que la protegiese sin exigirle brutalmente la paga; pero, como ya queda indicado, esta ilusión se desvanece pronto. El torero no es mejor que los demás seres de nuestra especie.

Ya en 1830, setenta indios de esas tribus vinieron por su propia voluntad á someterse al régimen providencial de la parroquia; así es que si protegiese el gobierno su conquista, no tardarian todas ellas en constituir nuevas y grandes poblaciones, y esto con tanta mas espontaneidad, cuanto que se sustraerian entónces á las incursiones de los belicosos Machuis, sus implacables enemigos.

Todas las mañanas y todas las noches rogaba a Dios que protegiese a sus hijos y que no dejase despertar en Martín el fuego de la cólera. Al parecer, su súplica fue escuchada favorablemente. Martín no tuvo más que un acceso de furor; pero es cierto que salió del fondo mismo de su alma. Juan tenía entonces nueve años.

Conociendo también lo que había sido en otros tiempos este pobre hombre, ahora caído, su alma se llenó de compasión al recordar el hondo sentimiento de terror con que le pidió á ella, la mujer despreciada, que lo protegiese contra un enemigo que instintivamente había descubierto; y decidió que el ministro tenía el derecho de esperar de su parte todo el auxilio posible.

El pilluelo, trémulo de emoción por el regalo, había acogido la ceremonia con gravedad, creyéndola algo indispensable que se usaba entre los señores. ¿Eh? volvió a preguntar, mirando a don Jaime como si lo protegiese con toda la inmensidad de su valentía. Pasaba un dedo ligeramente por el filo y luego apoyaba la yema en la punta, gozando voluptuosamente al sentir su agudo pinchazo. ¡Qué joya!

No se veía un hocico de conejo entre los serpoles del vivar. Percibíase solamente un estremecimiento misterioso, como si cada hoja, cada brizna de hierba protegiese una vida amenazada. ¡Esa caza de monte tiene tantos escondrijos! Las gazaperas, la montanera, las fajinas, las malezas y además los hoyitos de bosque que durante tanto tiempo conservan el agua llovediza.