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Cuando el capitán del «steamer», un yanki imprudente, de hocico de cerdo, al pasar por Nankin, me propuso ir a recorrer las monumentales ruinas de la vieja ciudad de porcelana, yo rechazé la proposición con un seco movimiento de cabeza, sin levantar los ojos tristes de la tranquila corriente del río.

Lo peor de todo, lo que haría saltar al Obispo, era lo que se refería al abuso indecoroso del confesonario. Se contaban horrores; en fin, ello diría. Don Álvaro propuso que las cenas mensuales se suspendiesen hasta el Otoño y suplicó que se guardase el más profundo secreto.

No todas las noches de invierno iban damas a la tertulia. Generalmente asistían los sábados y los miércoles. Pero había un grupo de muchachos que casi nunca dejaban de hacerles un rato de compañía a primera hora, aunque después se marchasen a otras casas. Uno de ellos era Paco Gómez. En estas noches de soledad se formaba generalmente un partido de brisca. Paco iba de compañero con Nuncita y el capitán Núñez, o Jaime Moro, o cualquier otro muchacho con Carmelita. Paco una noche se dolió de que las señas que se hacían durante el juego fuesen tan vulgares y conocidas: era imposible hacerlas pasar inadvertidas para los contrarios. Entonces, de acuerdo con el otro, propuso cambiarlas.

Este le miraba hacer con una extraña sonrisa, y cuando el terrible papelito desapareció en el bolsillo del viejo, murmuró en lengua turca: ¡Olsum! ... Y levantándose de pronto, propuso al tío Frasquito pedir un bowl de punch bien caliente.

Nuestros sabios quedaron sorprendidos al ver entre estos últimos a su joven amigo Godofredo Llot. A Moreno le hizo extremada gracia, y se propuso sacar mucho partido cuando fuese por el café. A D. Pantaleón no le hizo tanta por las relaciones especiales que entre ellos habían existido.

Había escrito a Zaragoza y la doña Paquita se había contentado con lo de la Almunia. «Bastante era. El caserón era de Ana legalmente y moralmente». Ana cedió porque no tenía ya energía para contrariar una voluntad fuerte. Con más ahínco se negó a firmar los documentos que Frígilis le presentó, cuando se propuso pedir la viudedad que correspondía a la Regenta.

Y, sin embargo, no era para nada bueno para lo que iba usted a mi casa. Cuando el doctor propuso el negocio a mis padres, yo creí que iba a casarme con un mal hombre. Yo me prometía sufrirle con paciencia y abandonarle sin pesar. Pero cuando le encontré en el salón, quedé avergonzada y lamenté que un cálculo tan vil hubiese nacido en una cabeza tan noble y tan inteligente.

Benigno, a quien el retiro de su amo tenía la libertad mermada, le propuso llamar a Mónica, la incomparable cocinera que en situaciones menos graves había restaurado sus fuerzas. Don Juan le preguntó: ¿Recuerdas dónde vive? No, pero lo preguntaré. Bueno. Haz lo que quieras.

Esta, habiendo visto bailar a las gitanas y gitanos, la tomó el diablo, y se propuso tomar por marido #a Andrés# si él quisiese, aunque a todos sus parientes les pesase; y así, buscó coyuntura para decírselo y hallóla en un corral, donde Andrés había entrado a requerir dos pollinos.

Este acreedor era Samaniego, el boticario de la calle del Ave María, y su crédito ascendía, con el interés vencido de seis por ciento, a sesenta y tantos mil reales. Propuso Juan Pablo satisfacerlo como un homenaje a la justicia y a la buena memoria de su querido padre, y se votó afirmativamente por unanimidad.