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Todos, hasta los más difíciles, admiraron su ingenio a par de su belleza, y celebraron la natural sencillez de su trato, su no aprendida, sino ingénita elegancia, y su espontánea gracia andaluza. Aunque con la embriaguez del éxito propendía Beatriz a hablar demasiado, sabía contenerse y templarse para no pasar por desenvuelta y parlanchina.

El mejor medio de este progreso, y al mismo tiempo su mejor resultado en nuestros días, es, á mi ver, la libertad. La condición más esencial de esta libertad es que todos seamos igualmente libres. Figúrese V. cuánto me encantaría la revolución francesa y su Asamblea Constituyente, que propendía á realizar estos principios míos; que proclamaba los derechos del hombre.

Junípero el de la panza gorda, que le sacó, por unos días, de aquella galbana perruna que le amagaba otra vez, y á la cual propendía notoriamente. Y como amaba por sistema los libros, á falta de otro mejor adquirió una baraja. Lo primero que aprendió con ella fué el tute arrastrado, y después el mus.

No pocas de ellas, cuando no absueltas, aparecen atenuadas por los sentimientos e ideas de aquella edad en que la razón de Estado propendía a justificarlo todo. Porque siendo la moral harto menos dulce que hoy y menor el respeto a la individualidad humana, los llamados a dirigir los pueblos se creían realmente señores de vidas y haciendas. El fin, más que hoy, justificaba entonces los medios.

Así propendía más hacia las doctrinas de Bruno, de Espinosa, y de Schelling, que hacia las de Fichte; pero, del mismo modo que no se dejó llevar jamás del sensualismo, hasta pensar que la realidad de las cosas y la impresión que causan en nosotros pueden dar ser a la ciencia, tampoco su sentido común consintió nunca en dar crédito a la creación de lo real por lo ideal.

Aquel recibimiento caluroso, la noticia de aquella gran sesión de la célebre Fontana, estimularon el entusiasmo á que siempre propendía su carácter, y se dejó llevar. Quién sabe si había algo de providencial en aquella extemporánea visita á la Fontana. Tal vez le conocían ya de oídas por sus brillantes discursos de Zaragoza. ¿Cómo tal vez? Sin duda le conocían ya.

Golfín después de tratar de remediar la aberración de esfericidad por medio de lentes, que fue probando uno tras otro, principió a ejercitarle en la distinción y combinación de los colores; pero el vigoroso entendimiento del joven propendía siempre a distinguir la fealdad de la hermosura.

Se afirmó más en esta idea al ver de pronto una lucecita que a cierta distancia brillaba en las tinieblas, según sucede a menudo a los niños cuando en los cuentos de hadas se extravían en un bosque. Don Paco era valeroso y no propendía, sin ser incrédulo, a recelar frecuentes y medrosas apariciones de vestigios, de almas del otro mundo o de otros seres sobrenaturales.

La vida del campo, en sus formas genuinamente camperas, había contribuido a culminar un proceso de decaimiento moral que se había iniciado sutilmente en Melchor, con alguna antelación a su viaje a la estancia; pero que no había pasado inadvertido para el espíritu de su madre cuando le decía: «tienes deberes a que «antes» no habrías faltado», y la libertad absoluta de que gozaba en la estancia; las influencias circundantes, en el estímulo de los ejemplos que le rodeaban; la avidez de energías físicas, equiparables a la del peón o del toro y que se adueñó de su espíritu en cuanto lo encontró desprevenido o débil; la distancia interpuesta entre sus jueces y sus actos; las mismas resistencias subalternas con que solía chocar, todo propendía a acelerar la caída y más de una vez mientras Ricardo ejecutaba en el piano una sonata de Beethoven, Melchor en la caballeriza, punteaba una milonga en la guitarra mugrienta de algún peón.