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Aquel acusado era de los «teóricos»: aparecía en las declaraciones de los testigos sin intervención directa en los hechos de fuerza y reprobándolos en sus predicaciones; pero no había que olvidar que era uno de los principales propagandistas del anarquismo, y que había pronunciado discursos en todas las sociedades obreras frecuentadas por los autores de los atentados.

Y además de estos arriesgados viajeros, felices en sus aventuras, figuraban los mártires, los que habían perecido bajo las flechas de los tártaros ó los sables de los japoneses. El Asia, con sus enormes imperios catalépticos é insensibles, había tentado á aquellos propagandistas de la autoridad y de la vida automática y sumisa.

Eran los Padres más famosos de la Compañía por las aventuras y peligros de su existencia; los propagandistas del jesuitismo que se habían esparcido por la tierra en la primera expansión de la Orden recién fundada, ocultando su carácter y sus fines, amoldándose á los gustos y costumbres de los países donde se establecieron.

Estos nuevos criadores, recelosos en un principio, fueron los mejores propagandistas después por su feliz resultado, guardándose sus ganancias, que fué el producto total de la cosecha, que ascendió, según los casos, á veinte, treinta, cuarenta y hasta cincuenta duros, despertando gran interés en la clase pobre, que al año siguiente solicitó, en su mayoría dedicarse á la industria.

Este hombre, que fué uno de los más entusiastas propagandistas de las doctrinas del llamado "Partido Independiente de Color", recibió de manos de Estenoz, en pago de sus servicios á la causa negra, el diploma de Coronel de Estado Mayor, y provisto de este documento, marchaba con la partida del cabecilla Heredia, al ocurrir la sorpresa de Kentucky, que vamos á referir suscintamente, y sin más objeto que satisfacer á las numerosas personas que nos preguntan todos los días por qué el Teniente Ortiz no dió muerte á Surín.

Al volver a Barcelona, la vida de Gabriel fue un torbellino de proselitismo, de luchas y de persecuciones. Los compañeros le respetaban, viendo en él al amigo de los grandes propagandistas de «la idea», al hombre que había corrido casi toda Europa y se escribía con los revolucionarios más famosos. No se celebraba mitin sin el compañero Luna.

Nadie hacía caso del murmurador. «Milagro lo había, pero lo había hecho el Magistral». Ya nadie dudaba esto. «Era un gran hombre, había que reconocerlo». Doña Paula, por medio del Chato y otros ayudantes, doña Petronila, su cónclave, Ripamilán, el mismo Obispo, que había abrazado al Magistral en la catedral poco después de bendecir las palmas, todos estos, y otros muchos, eran propagandistas entusiastas de la gloria reciente, fresca de don Fermín, de su triunfo palmario sobre las huestes de Satán.