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Cualquier acontecimiento desagradable que nos suceda, creemos explicarle perfectamente con la frasecilla: cosas de este país; que con vanidad pronunciamos, y sin pudor alguno repetimos. ¿Nace esta frase de un atraso reconocido en toda la nación?

Ya es la tarde dijo ; el bufón vendrá... vendrá... de seguro... no puede tardar... el tío Manolillo tiene un gran interés por Dorotea; acaso la ama... acaso es por ella tan desgraciado como yo... por él... él puede mostrar al mundo su desesperación; él no está adherido al claustro; él no está ligado por ningún voto, por ningún juramento; él puede decir sin temor al mundo: yo soy hombre; ¡yo!... yo me veo obligado á hacer creer que soy un cadáver vivo, un cuerpo sin corazón, un alma sin pasiones... ¡Mentira! ¡mentira repugnante!... Hay momentos en que lo intenso de nuestra desesperación, que se concentra en un ser que no pertenece al mundo, nos hace mirar con desprecio todo lo que al mundo pertenece; hay momentos en que creemos que nuestro corazón ha muerto, que no existe nada que pueda hacerle latir; necesitamos la soledad y el silencio y las tinieblas, todo aquello en que hay menos vida, todo aquello que habla más al alma, entonces nos arrojamos al pie de un altar, pronunciamos un voto; después... ¡oh! después, cuando el tiempo, que si todo no lo cura, lo gasta todo, ha cubierto con una capa más ó menos densa de olvido, de ese polvo que cae sobre el alma, nuestros dolores... ¡oh! entonces... entonces... podemos ver otro ser... una mujer, por ejemplo... y entonces volvemos con desesperación los ojos en derredor de la prisión que encierra, no nuestro cuerpo, sino nuestra alma... de ese claustro que nos dice con su silencio: soy tu sepulcro ó tu infierno.

Otrosí: relajamos la persona de dicho Don Juan Ponce de León á la Justicia y Brazo seglar, y especialmente al muy magnífico señor Licenciado Lope de León, Asistente por S. M. en esta ciudad y á sus lugares tenientes en el dicho oficio, á los cuales muy afectuosamente rogamos que se hagan benigna y piadosamente con el dicho don Juan, y porque el delito de la heregía es tan gravísimo que no se puede buenamente punir ni castigar en las personas que lo cometen, y las penas se extienden á sus descendientes: por ende declaramos sus hijos y nietos de dicho don Juan Ponce por línea masculina sean inhábiles para poder tener cualquier oficio público, ó de honra, ó beneficios eclesiásticos, y que no pueden usar de las otras cosas prohibidas á los hijos y nietos de los semejantes condenados así por dicho común, Leyes y Pragmáticas de estos Reinos como por institución del Santo Oficio, las cuales habemos aquí por expresadas: y por esta nuestra sentencia juzgando así lo pronunciamos y mandamos en estos escritos y por ellos.

Montamos otra vez y tomamos el camino del pabellón con toda la rapidez que permitía el cansancio de nuestros caballos. No pronunciamos palabra durante aquel último tramo de nuestra jornada y nos asaltaban mil temores. «Todo va bien.» ¿Qué significaba esa frase? ¿Le habría ocurrido algo al Rey? Llegamos por fin a la puerta del pabellón, en el que todo parecía tranquilo y silencioso.

La sentencia dada contra Ponce de León es un documento bastante curioso, del cual existe una copia manuscrita en la Colección de Papeles del conde del Aguila del Archivo municipal, y de ella reproduciré la parte más interesante, que dice así: «... Atentos los autos y méritos de este proceso, que dicho fiscal probó bien y cumplidamente su acusación y querella: damos y pronunciamos su intención por bien probada, y que el dicho don Juan Ponce de León no probó cosa alguna que le pudiese relevar.