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A qué pensar en la infeliz muchacha a quien tanto amas, porque me amas, ¡, me amas con toda tu alma!... ¿A qué pensar en esta huérfana que no puede satisfacer tus ambiciones, ni corresponder a ese porvenir con que sueñas a todas horas? Rorró: no olvides lo que te digo hoy, en vísperas de separarme de : me olvidarás, y acaso muy pronto; ¡yo no te olvidaré!

Acometió el enorme plato que habían colocado en el centro de la mesa para él y los dos toreros. Otro plato igual humeaba más allá para la gente del cortijo. Su voracidad pareció avergonzarle de pronto, y a las pocas cucharadas se detuvo, creyendo necesaria una explicación.

En vista de semejante atropello, ordenó la Junta que el marqués del Toro partiese al frente de alguna tropa contra la provincia de Coro; y dicho señor, cumpliendo con lo dispuesto por aquella, situó por lo pronto su cuartel general en Carora.

Por las mejillas del viejo linajudo ruedan dos lágrimas que se pierden en la nieve de su barba. Los mendigos y los criados se arrojan sobre la puerta. ¡Tengan ley de Dios! ¡Dadme un hacha! ¡Tengan ley de Dios! ¡Poned fuego a la casa por sus cuatro esquinas! ¡Perezcan entre llamas los hijos del Infierno! ¡No hay ley de Dios! ¡No hay ley de Dios! De pronto cesa el clamor.

Pronto se dice; pero del dicho al hecho.... ¿Regalos? ¡Vaya unos regalos para un hijo de Sobrado! ¡Sortijas de plata, ramos de a dos cuartos! ¡Bah, bah! Ya se sabía en lo que paraban ciertas cosas.

Por la noche, el deseo amoroso fué más fuerte que su voluntad, y sin darse cuenta de á dónde se dirigía, se vió de pronto llamando á la puerta de Judith. Fué en vano. Ella temía, sin duda, la repetición de otra noche como la anterior: sentía miedo, y tal vez cansancio de luchar con la pegajosidad de un amor desesperado. Nadie le respondió. Judith había huido con su amante y el pequeñuelo.

Nos engañó desde niño, cuando, fraguando una conspiración contra un favorito aborrecido, muy superior á Fernando por su inteligencia, adquirió una popularidad que pronto pagó España con la sangre de sus mejores hijos.

Mi abuelo le contestó que partiese con su compañía, por lo pronto, que él se informaría acerca de mi padre, y que con lo que hubiese resuelto le contestaría.

Don Marcos, compañero de largos y regocijados viajes, sabía quiénes eran «las otras» para este muchacho que había empezado muy pronto á picar en los racimos de la vida. Otras veces le irritaba que se pareciese demasiado á las otras, con sus atrevimientos de virgen loca. Es peor que un muchacho. ¡Si supieras, coronel, lo que me dice!... Alicia, por su parte, tampoco parecía contenta.

Mas no la pronunció, alejose, perdiéndose pronto en la obscuridad... Bettina permaneció en el pórtico, en el cuadro luminoso de la puerta. Gruesas gotas de lluvia impelidas por el viento azotaban sus espaldas desnudas y la hacían temblar; ella no lo notaba; sentía claramente latir su corazón.