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Los indígenas aprecian mucho su carne, que, en el sabor, se asemeja a la de nuestros puercos monteses. ¿Lo habéis matado? preguntó Horn acercándose. Le he dado en la cabeza le contestó Cornelio. Cortemos un trozo de él, por lo pronto, y volvamos al lado del Capitán. ¿No se comerán las fieras el resto? Hay pocas fieras en Nueva Guinea, si es que hay algunas, señor Cornelio.
Así es que lo que censuraba en este muy ásperamente era la inmoralidad y el escándalo de unas relaciones amorosas contraídas por hombre que tenía más de medio siglo y que iba a ser pronto por octava vez abuelo.
Algunas veces penetraba en el hueco de un tajo, pero se encontraba sin salida y volvía atrás y de nuevo seguía el curso de la mina. Al cabo volvió á percibir otro rayo de luz. Su corazón se dilató con la esperanza de hallar salida. Pronto se disipó no obstante: la luz procedía de otro respiradero. Sin embargo, al acercarse á él observó que era menos largo que los otros.
De pronto, acordándose de su padre, apretó el paso, y de allí a poco se internó en las calles de Madrid. En veinte días quedó realizado el proyecto de Pepe.
Cuando la melindrosa de su hermanita los oía, ¡santo Dios!, en seguida iba corriendo a llevar el cuento a su padre. «Papá, Alfonsito está diciendo cosas...». Y D. Francisco, que aborrecía los lenguarajos, gritaba: «Niño, ven aquí pronto.
Corrió a dar la noticia: pronto se inundó el paraje de gente. El caso produjo honda impresión. Las mujeres lloraban y se pasaban al tierno infante de mano en mano prodigándole mil cuidados y caricias. Muchas se ofrecían a adoptarlo y hubo disputa sobre quién había de llevárselo. Enteradas las señoras de la villa y conmovidas, quisieron asimismo recoger al huérfano.
MANRIQUE. Muy pronto fiel me verás, Leonor, mi gloria, cuando el cielo dé victoria a las armas del de Urgel. Retírate... viene alguno. LEONOR. ¡Es el Conde! MANRIQUE. Vete. LEONOR. ¡Cielos! MANRIQUE. Mal os curasteis mis celos... ¿Qué busca aquí este importuno? MANRIQUE y DON NU
Pero de pronto advirtió el ruido de los pasos de la que la seguía; volvióse; vió aquel bulto que en medio de la noche andaba tras ella, y lanzándose en súbita carrera empezó á gritar: ¡Madre, madre: brujas, brujas! La huérfana sintió entonces más claros los gritos de las mujeres, y llegó también á creer que había brujas por allí.
El joven siguió tras él y así atravesaron algunas puertas, en todas las cuales había centinelas; pero muy pronto empezaron á recorrer enormes salones desamueblados en la parte íntima, por decirlo así, del alcázar. Subieron otras escaleras, y en lo alto de ellas se detuvo el lacayo.
Vaya usted con Dios, amigo le oí decir con un tonillo tan impertinente que me apeteció volverme y darle una bofetada. La vista de la hermana y su encantadora charla hízome olvidar pronto aquel momentáneo disgusto, si bien no pudo apagar por completo la excitación que me había producido.
Palabra del Dia