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, lo haré de muy buen grado contestó el sabio, trocándose repentinamente en el hombre más suave y meloso de la tierra. Voy á decir cómo desarrollaría yo mi pensamiento; pero han de prometerme que no he de ser interrumpido por aplausos ni otra manifestación semejante.

Tiene Vd. que prometerme antes su auxilio. ¿Trabajará Vd. conmigo para que seamos todos cristianos, o me entiendo yo con Pepe y con mi padre? ¿Imagina usted vivir santamente no haciendo daño al prójimo? ¡Qué ceguedad! ¿Y Vd. misma? ¿Y su salvación?

¡Mordiscos también!, ¿eh? exclamó, fustigando al odioso Muslim . ¡Ojalá le hubiese rajado! En aquel momento divisamos los toros. Se apresuró a prometerme todo lo que le pedía. Quedé con la sospecha, casi la certeza, de que no supo, al cabo, lo que era, y, lo que es más doloroso, no le importaba. Allá, en medio de un extenso campo de un verde amarillento, había un grupo de reses.

»De aquí mi descompuesta furia y mi loca desesperación cuando usía, advertido a tiempo del peligro, dejó con razón de visitarme. Mi enojo fue mayor aún cuando supe que usía se había casado; enojo absurdo, porque usía ni me había prometido ni podía prometerme no casarse, para ser fiel a las relaciones indefinibles en que soñé yo que estábamos.

Cierto que con todas estas reservas de tan escasa importancia en relación con las necesidades de mi espíritu, se podía llegar hasta lo épico, consideradas como elementos de creación en la fantasía de un novelista ingenioso; pero tomadas en lo que eran y valían, como casos y cosas de la vida real y prosaica en un medio tan remoto, tan obscuro y tan aislado como aquél, ¿qué había de prometerme yo de ellas para en adelante? ¿Qué auxiliares contra mi enemigo temible podía esperar de aquel lado? ¿Qué podía venir de allí de lo que más necesario me era?

Con esto la di dos palmaditas en la espalda; logré que las angustias desesperadas de antes se trocaran en copioso y sosegado llanto; incorporóse al fin con cierto brío; intentó, y no se lo consentí, besarme las manos; y después de prometerme que emplearía todos los alientos que la quedaban de los suyos y los que yo la había prestado, en obedecer mis mandatos, se dirigió a la puerta.

Cuando la cabalgata se alejó de allí, don Simón no pudo menos de decir a don Celso, con desencanto: Si éste es de los que me apoyan en el distrito, ¿cómo serán los que me combaten? ¿Qué puedo prometerme de los dudosos? No haga usted caso de palabras ni de semblantes, señor don Simón respondió don Celso . Ese hombre, como usted le ve, donde pone la intención mete la cabeza.

En caso de ser culpable lo serías solamente de ser amado por mi hija con entusiasmo excesivo. ¡Cuán bueno es usted que así trata de tranquilizarme, padre mío! Ahora, Amaury, vas a prometerme no hacerla bailar demasiado y estar en todo momento a su lado procurando distraerla con tu conversación. Se lo prometo a usted.

Estaré de pie contigo y con tu madre otro día; , otro día; pero no mañana. Perla se rió é intentó desasir la mano que le tenía asida el ministro, pero éste la mantuvo firme. Un instante más, niña mía, dijo. Pero ¿quieres prometerme que mañana al mediodía nos tomarás de la mano á mi madre y á ? le preguntó Perla. No, no mañana, Perla, dijo el ministro, pero otro día.

Seremos amigos, ¿eh?... Esta es su casa, yo le consideraré como un camarada simpático; con lo de esta noche ha ganado usted en mi ánimo más que con un continuo trato; pero va usted a prometerme que no reincidirá en esas tonterías de admiración amorosa que han sido siempre el tormento de mi vida. ¿Y si no puedo?... murmuró Rafael.