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Su Alteza dice que hay olivos aquí que fueron conocidos por los romanos. ¿Lo cree usted, profesor? ¿Algún árbol de éstos será del tiempo de Jesucristo?... Ante la indecisión de Novoa, continuó sus explicaciones. Caminaban, entre muros de vegetación recortada, hacia el final del parque. Mire usted: el jardín griego.

El profesor Flimnap seguía hablándole. Dulcemente, de los pálidos elogios á sus versos ingleses había ido pasando á una segunda serie de alabanzas para las obras de Momaren, y explicaba con profusión el rango que correspondía á este autor en la historia literaria del país. Gillespie movió la cabeza afirmativamente para indicar que aceptaba todas las palabras del orador.

Poco después de amanecer ya estaba en pie el buen profesor, conferenciando con todos sus compañeros del Comité de recibimiento del Hombre-Montaña.

Afortunadamente, fueron conquistados por los godos y otros pueblos de nuestra raza, que les infundieron la dignidad de personas. No olvide usted, joven, que los vándalos fueron los abuelos de los prusianos actuales. De nuevo intentó hablar Argensola, pero su amigo le hizo un signo para que no interrumpiese al profesor.

Estas ideas, que fermentaron en el cerebro de aquella gran diplomática y ministra durante todo el mes de Marzo, determinaron los recaditos que mandó a Fortunata con Ballester, el encargo que hizo a Quevedo de asistirla cuando el caso llegara, no vacilando en decir al feo y hábil profesor de obstetricia que sus honorarios no serían perdidos.

A los niños no se les ha de decir más que la verdad, y nadie debe decirles lo que no sepa que es como se lo está diciendo, porque luego los niños viven creyendo lo que les dijo el libro o el profesor, y trabajan y piensan como si eso fuera verdad, de modo que si sucede que era falso lo que les decían, ya les sale la vida equivocada, y no pueden ser felices con ese modo de pensar, ni saben como son las cosas de veras, ni pueden volver a ser niños, y empezar a aprenderlo todo de nuevo.

Cierto contestó el profesor ; pero esos hombres, en realidad, no pertenecen al ejército; más bien son esclavos, como los atletas que se dedican á los rudos trabajos de fuerza. Nuestro ejército es á modo de una aristocracia femenil, y no puede encargarse de las funciones de policía, que considera faltas de gloria.

Todos los días dedicaba un par de horas por la mañana, y otro por la tarde, a tirarse a fondo, que fué lo único que le permitió hacer el profesor en los dos primeros meses. El resultado notabilísimo de este ejercicio fué que al cabo de algún tiempo no sabía si sus piernas eran verdaderamente suyas o de otro bípedo racional como él.

¡Ha muerto!... ¡Murió hace un mes! Y le mostró un pequeño papel azul: un telegrama de Madrid, llegado media hora antes. Spadoni, después de saludar á Novoa en la plaza del Casino, habló de los ensueños que agitaban sus noches y de sus decepciones al despertar. Usted tiene la culpa, profesor.

Admiraba por este tiempo con sus resaltos, retruécanos y enorme hojarasca, un arquitecto, maestro mayor de Madrid, llamado D. Francisco Hurtado Izquierdo, que habia construido la capilla del Sagrario de la Cartuja del Paular: profesor contemporáneo del famoso Churriguera, con quien rivalizaba en el desarreglo de la fantasía.