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Una gran rotunda con frescos y bellos relieves cubre el salon principal, sostenida por ocho gruesas columnas de granito, y los mármoles y jaspes están prodigados en el pavimento y los muros para dar á ese «templo de la justicia» una majestad imponente.

De resultas de esto, la nave primera trasversal de la parte prolongada no pudo por la estrechez suma de sus intercolumnios conservar la plena cimbra de sus arcos; fué preciso aproximar los arranques de estos, y romper su elegante curva para que no bajase de la altura apetecida, y entonces por la primera vez quizá se vió en los edificios de la España árabe el arco apuntado, ú arco ojivo, llamado despues á cambiar totalmente la fisonomía del arte monumental en la edad media . El arco de este modo roto en el punto culminante de su curva, adoptó desde luego en aquella pequeña nave todas las decoraciones de que es susceptible: adaptó á su intrados los lóbulos, prodigados como ligeros festones en las arquerías del Mihrab, lo adornó graciosamente con el sencillo trébol, y prolongó por la parte inferior sus dos arranques formando la ojiva túmida, tan repetida despues durante el segundo período del arte hispano-musulman.

La dulzura sobrenatural y la pureza de sentimiento, prodigados en este drama, nos revelan con los colores más bellos la piedad del noble poeta. La leyenda de Crisanto y Daría es contada por Surius de prob. Sanctorum Historiis, tomo V, pág. 948: ed. Colon., 1578. Puede verse también á Gregorius Turonensis, gloria beatorum martyrum, cap. 38, y Les vies de Saints, tomo VII, pág. 385: París, 1739.

El segundo estilo, de tal manera identificado con el espíritu de gravedad y de misticismo austero que caracteriza á la política y gobierno de Felipe II, que no parece sino que el arte quiso simbolizarlo, es el llamado greco-romano, debido á la revolucion que acababa de hacer en la arquitectura el genio altivo, osado y un tanto sombrío de Miguel Angel, sustituyendo á los órdenes acumulados y sobrepuestos del estilo del renacimiento un órden único y colosal en cada edificio, y proscribiendo como futilidades pueriles los follages, grotescos, estípites, candelabros y demas adornos prodigados por los adeptos de aquel.

Ella también, sin duda, le guardaba mayor afección, agradecida a los cuidados prodigados a su padre y al éxito de sus esfuerzos para salvar la cristalería. ¿Y no era una gracia suprema que demostrase haber olvidado las palabras locas en que dejó escapar su secreto, en una noche de fiebre y de angustia? No, ella no comprendería jamás cuánto la amaba. Y ahora, ¿cuándo la volvería a ver?