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Lleno de terquedad, no volvió a su pueblo; se fue primero a probar fortuna en tierras extrañas, viajando a diestro y siniestro por montes y por valles. Y después, al cabo de tres semanas, reconociendo que, a pesar de la presencia de la hija del molinero de Lehnort, la vida era mil veces más bella en el molino de Felshammer que en cualquier otra parte, emprendió alegremente el camino a su pueblo.

En este caso, quizá os fuera fácil justificar vuestra intervención, y probar vuestra inocencia... Vamos, decidme cómo pasaron las cosas. Lo todo, pero deseo encontrar en vuestro relato, medio de defensa de vuestros enemigos. No me ocultéis nada. Después os diré el infame proyecto formado para perderos. El intendente vacilaba aún e inclinaba la cabeza para reflexionar.

Me cansaría si escribiera los nombres de todos los poetas franceses, romanos, alemanes, españoles, italianos é ingleses, siendo su número infinito, y existiendo sus obras para probar su mérito. Sostenían actores los mantuanos, venecianos, valencianos, napolitanos, los florentinos y otros: además, los príncipes germánicos, el Palsgrave, el Landgrave, los duques de Sajonia, de Brunswick, etc.

Se estará dos años sin probar el pan, con tal que sus hijos lo coman. Ya ve la señora si soy desgraciada. Dos años hace que José empezó con estas incumbencias. ¡Se pasaba las noches en vela, sacando de su cabeza unas fábulas...!, todo tocante a damas infieles, guapetonas, que se iban de picos pardos con unos duques muy adúlteros... y los maridos trinando... ¡Qué cosas inventaba!

No podía probar ese derecho, la única prueba estaba en poder de sus enemigos y a la menor sospecha destruirían infaliblemente ese testimonio. ¿Huiría sola del castillo? ¿Correría horas enteras a través de los bosques, para invocar el socorro de Federico? ¿Quién le indicaría el camino? ¿Y qué podría hacer aquel joven más que ella? La inutilidad de sus meditaciones le arrancaba penosos suspiros.

Por una casualidad había descendido a la cocina, cuando me encontré a uno de los ayudantes en vía de matar a la tortuga; pero aquel bárbaro, a fuerza de hacha y machete, trataba de separar el cuerpo de su cáscara sin pensar en matar previamente al pobre animal, cuya cabeza pendía y cuyos ojos se entrecerraban a cada golpe de hacha... ¡Se la quité de entre las manos, lo obligué a matarla en el acto, pero no he vuelto a probar tortuga!

Antes de probarlo, se le fue la lengua otra vez acerca de lo mismo, si bien en tono más tranquilo. «No cómo me va usted a convencer, cuando yo tengo oídos, yo tengo ojos, y ante la evidencia, no valen...». Hizo un gesto de repugnancia y horror al probar el bizcocho mojado. «Tía... ¡Fortunata!... ¿qué es esto?, ¿qué me dan?... Este chocolate tiene arsénico».

Vamos muy bien, vamos muy bien, y llegaremos si seguimos despacio. La luz crepuscular con la cual nuestro querido Thiers había tenido el gusto inmenso de probar el restablecimiento de sus funciones ópticas, se desvanecía lentamente.

Si el lenguaje y el estilo no fuesen claros y hasta cierto punto elegantes, pudiera ocurrirnos algo parecido a lo que ocurrió a la mona que trató de comerse la nuez verde y que la arrojó con desdén o con rabia al probar la amargura de la cáscara, sin llegar a comerse el sabroso fruto que dentro se escondía.

Por otra parte, éste podía salir de un momento a otro al corredor y encontrarse con él, lo cual era peor. ¿Qué hacer? No vio medio más adecuado de salir del apuro que, montar cautelosamente sobre la baranda y descender al suelo por la parra, agarrándose con pies y manos, como había hecho otras veces para probar el progreso de sus fuerzas y agilidad. Una vez en la calle, corrió a casa de Rosa.