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Desasiose de ella con suavidad, como don Florambel se apartaba de la encantadora princesa Graselinda, y comenzó a bajar despacio la escalera, repitiendo dulcemente: Adiós, rica; vendré, vendré, y seremos buenos amigos.

Los encantos de la Princesa lo impresionan de tal modo, que vacila ya, y no siente su anterior aversión al matrimonio; pero como para él son todas las mujeres falsas y desleales, resuelve probar antes á la Princesa, y encarga á su hermano que apure su ingenio para decidirla á aceptar una cita vituperable.

¿Y cómo podremos desencantarlos? dijo la doncella favorita. Yo misma, contestó la Princesa, iré al palacio en que viven y allí veremos. me guiarás, lavanderilla.

El coronel le llamaba «Alteza», como si fuese de una familia reinante y no un simple príncipe ruso. Pero esto era cuando había alguien presente, por una costumbre adquirida en tiempos de la difunta princesa Lubimoff, y para sostener el prestigio del hijo, al que conocía desde niño.

En extremo gustaba él de ver a Juanita charlar en la fuente o subir la cuesta con el cantarillo en la cadera o con la ropa ya lavada sobre la gentil cabeza, más airosa y gallarda que una ninfa del verde bosque, y más majestuosa que la propia princesa Nausicaa, que también lavaba la ropa cuando, sin desconcharse ni echar las ínfulas por el suelo, solían hacerlo las princesas, allá en los siglos de oro.

Proviene su argumento del libro célebre de El caballero de Febo, espejo de príncipes y caballeros . La princesa tártara Lindabridis, á quien su hermano ha despojado del trono, no dispone de otro medio para recuperarlo que el hallazgo de un esposo, que aventaje al usurpador en valor y en prudencia.

Nos hablas de una princesa bella y sin embargo desgraciada..... Eso es ya un ingrediente, mas no basta, no basta. Necesita cuatro o cinco más. Toma un lápiz y apunta los que te voy a dictar. Son los más socorridos y me los de memoria. Tomó un lápiz Juanillo, y púsose a apuntar dócilmente en su cartera cuanto le dictaba Aristarco...

Como si no advirtiera el desvío de la princesa, dijo todavía el enano: Estás triste, Cristela, porque tienes una mala costumbre...

Ya no necesitaba pedir dinero á la princesa. Era uno de los grandes ricos del mundo.

Aun el más indiferente hubiera comprendido que me odiaba, sobre todo viéndome a solas con la princesa Flavia; sin embargo, estoy convencido de que procuró disimular su odio y aun hacerme creer que me tomaba por el verdadero Rey. Comprendía yo que esto último era imposible, y me figuraba la ira de que estaría poseído al tributarme homenaje y al oírme hablar de «Miguel» y «Flavia