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Los perros, dorados al sol oblicuo, entornaron los ojos, dulcificando su molicie en beato pestañeo. Poco a poco, la pareja aumentó con la llegada de los otros compañeros: Dick, el taciturno preferido; Prince, cuyo labio superior, partido por un coatí, dejaba ver dos dientes, e Isondú, de nombre indígena. Los cinco fox-terriers, tendidos y muertos de bienestar, durmieron.

Puede servir la de Calderón para hacer comparaciones interesantes con el antiguo y excelente drama inglés Edward the Third and the Black Prince, atribuída recientemente, con plena razón, á Shakespeare. Ambas son, sin embargo, completamente diversas. Shakespeare no ha tenido presente para nada la novela, sino sólo la tradición histórica.

Al rato el grupo calló, entregado de nuevo a su defensiva cacería de moscas. No vino más dijo Isondú. Había una lagartija bajo el raigón, recordó por primera vez Prince. Una gallina, el pico abierto y las alas caídas y apartadas del cuerpo, cruzó el patio incandescente con su pesado trote de calor. Prince la siguió perezosamente con la vista, y saltó de golpe: ¡Viene otra vez! gritó.

Vieron que atravesaba el alambrado, y un instante creyeron que se iba a equivocar; pero al llegar a cien metros se detuvo, miró el grupo con sus ojos celestes, y marchó adelante. ¡Que no camine ligero el patrón! exclamó Prince. ¡Va a tropezar con él! aullaron todos.

Fúndanse, para justificar esta presunción, en que Lucifer se llama en los últimos prince des diables y procureur des enfers y en las primeras mayoral do inferno y meirinho da corte infernal.

De repente, malheur me divisa, me conoce entre la ola de la muchedumbre y me grita: «¡Señor Montifiori, paisano, compatriota, venga a salvarme, me quieren llevar a la comisaríaFigúrese usted, doctor, yo iba en aquel momento nada menos que del brazo de ese espléndido Prince de Trois Lunes, un homme charmant, comme cicerone!

Los perros, entonces, sintieron más el próximo cambio de dueño, y solos, al pie de la casa dormida, comenzaron a llorar. Lloraban en coro, volcando sus sollozos convulsivos y secos, como masticados, en un aullido de desolación, que la voz cazadora de Prince sostenía, mientras los otros tomaban el sollozo de nuevo. El cachorro ladraba.

El duque y el tío Frasquito creyeron morirse de risa al oír la agudeza de Currita, y la de Valdivieso añadió entre carcajadas: ¡Exacto! ¡Qué frase tan feliz!... Se la contaré a Paco Vélez... ¡Le prince douairier de Matapuerca!... Es menester que le dejemos el nombre; justamente andan muy afanados ahora buscando el árbol genealógico de Lucy...

Un navío inglés, que después supe se llamaba Prince, trató de remolcar al Trinidad; pero sus esfuerzos fueron inútiles, y tuvo que alejarse por temor a un choque, que habría sido funesto para ambos buques. Entre tanto no era posible tomar alimento alguno, y yo me moría de hambre, porque los demás, indiferentes a todo lo que no fuera el peligro, apenas se cuidaban de cosa tan importante.

Beatriz entrega el ducado, el otro perdona la deuda, y pata... Pero lo más chistoso es que Lucy dota a Gonzalito en cuatro millones... ¡Qué delicia!... De modo que, en caso de viudez, Gonzalo quedará siempre prince douairier, es decir, douairier de Matapuerca.