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Por otra parte, la oposición tan natural de D.ª Carmen lastimaba su orgullo. No faltaban comadres que llegaban presurosas á trasmitirle las palabras amargas que la viuda de Uceda pronunciaba refiriéndose á ella. Y en vez de comprender y perdonar estos desahogos de una madre, se enfurecía con ellos, los devolvía con creces y hacía recaer su cólera sobre el pobre Manolo, que ninguna culpa tenía.

Áun sonaban en el huerto sus pisadas presurosas, cuando recayendo Ayela de su miedo en las congojas, de insoportable pavor dominada, de afan loca, Radjí exclamó: vén conmigo, precédeme: el rastro toma de tu señor.

La baronesa viuda de Platavieja le cortó la frase, entrando en la sala seguida de sus seis hijas, amables retoños que en unión de la madre formaban en cantidad y calidad la suma de los pecados capitales, nombre por el cual se las conocía en la corte... Madre e hijas venían también presurosas e indignadas a protestar delante de la pobre Curra, y la señora baronesa aseguro coram populo que lo que había hecho la Villasis aquella noche era ni más ni menos que un timo...

Su cuidado maternal, recelando una desgracia, Ayela con más ferviente dolor reza, ansiosa aguarda á que entre el silencio suenen las presurosas pisadas de Ataide, cruzando el huerto, y miéntras reza y se espanta, de sus ojos su desdicha rebosa en ardientes lágrimas.

Bajaban de las montañas; surgían de los barrancos; salían de los bosques; corrían por las llanuras, y se precipitaban en tropel por los «callejones». Tímidas y cautelosas se detenían allí, un instante nada más, y luego avanzaban presurosas hacia la plaza.

Con ese mirar vago y distraído que es, en los momentos de intensa amargura, como un giro angustioso del alma sobre misma, veía pasar por una y otra banda del jardín gentes presurosas o indolentes. Unos llevaban un duro, otros iban a buscarlo.

Sin pan y sin esperanza, y sola en el mundo, sola; en los principios viviendo, con llanto, de las limosnas; rechazando altiva y pura, si la buscó, á la deshonra; brava su sino arrostrando, errante como una hoja que del árbol desprendida va allí donde el viento sopla; con su tesoro cargada, y libre como una alondra, danzando cual bayadera, cantando cual trovadora, diciendo las buenas hadas en natalicios y bodas; vendiendo filtros de amores y oraciones milagrosas; ornando con oropeles, collares y falsas joyas su portentosa hermosura; sin más amor que su ansiosa pasion por su pobre hijo; por valles, cerros y lomas, parando en las alquerías, en las villas populosas, y en las altivas ciudades que de torres se coronan; marchitando su hermosura las fatigas, las zozobras, y de su llanto apenado la corriente silenciosa, y de su dormir inquieto las sombras aterradoras, á la juventud viril llegó de Ataide, ya rotas sus fuerzas, su juventud, y con canas presurosas la pálida frente ornada, anciana ya áun siendo moza.

Y, como las mujeres de ordinario son presurosas y amigas de saber, la primera que se llegó fue una de las dos amigas de la mujer de don Antonio, y lo que le preguntó fue: -Dime, cabeza, ¿qué haré yo para ser muy hermosa? Y fuele respondido: - muy honesta. -No te pregunto más -dijo la preguntanta. Llegó luego la compañera, y dijo: -Querría saber, cabeza, si mi marido me quiere bien, o no.