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Nada es eterno; los tiempos varían... el mejor día.... , hijo mío, variarán los tiempos, quién lo duda, pero ¡no para ! No me queda más que prepararme para morir cristianamente. Pobrezas, miserias, hambres, contumelias, todo lo sufro con paciencia. Lo que me apena y me amarga, lo que me contrista y conturba es la ingratitud. No hay que abatirse, señor maestro.

Hace tres días que estoy en Milly, donde me encuentro perfectamente: yo desearía continuar aquí pero con mi esposo y Sofía. ¡Es muy triste para los unos y para los otros el tener que vivir separados!... ahora parece que siento más que antes la separación; ello debe ser la vejez que avanza rápidamente: ya he perdido, puede decirse, por completo, aquella actividad física y moral que me hacía gozar de la vida aun en la misma soledad; siento, por el contrario, el peso de los sesenta años que voy a cumplir; apenas puedo persuadirme de ello, pero no hay remedio; y sin embargo, no estoy triste, ni mucho menos, pero quisiera que Dios me hiciese la gracia de que pudiese emplear bien el poco tiempo que me resta de estar en este mundo, y de no pensar más que en prepararme debidamente para el otro, adonde con tanta ligereza me dirijo.

Volviose hacia él la moribunda y le dijo con su voz más cariñosa: ¿Qué podría decirte, padre mío, a ti que, desde hace dos meses, dices y haces cosas tan sublimes; a ti, que de un modo tan admirable has sabido prepararme para no quedar vislumbrada ante la bondad celeste; a ti, cuyo amor es tan magnánimo que no has sentido los celos, o, lo que tiene aún más mérito, has logrado aparentar no sentirlos?

Es necesario que esta noche en mi mismo cuarto le vea yo, y para ello voy á escribirle. Pero Clara, ¿tienes seguridad de ese hombre? dijo la reina asustada por la violenta salida de doña Clara. El no abusará ni de mi carta ni de mi cita. Y adiós, señora, adiós, necesito prepararme. Y doña Clara salió sin esperar la respuesta de la reina.

A don Pedro Nolasco le sucedía lo propio, y hasta rompió a hablar con los contertulios y se permitió ciertos vaticinios risueños acerca de la enfermedad del viejo amigo y casi pedazo de su alma... precisamente en el instante en que mi tío saliendo de su modorra pertinaz y después de recorrer la estancia con los ojos azorados, dijo entre angustias de la respiración, como si no le cupiera ya en el pecho una burbuja de aire sin haberle desocupado de otra igual: Ahora... ahora es la de irse de veras, hijos míos, y la de prepararme al viaje en toda regla.

Me voy a dedicar con ahinco a prepararme, y en cuanto la lleve, renuncio a lo que puedas dejarme en herencia para que hagas una dote a Aurelia. Yo tengo pocas necesidades y me bastará con el sueldo. Estas palabras generosas conmovieron a la madre. Cada día hallaba más razones para adorar aquel hijo modelo.

Soy extremada en todo, toda del mundo, y en la soledad, acaso demasiada austera; los objetos presentes agítanse con violencia sobre mis sentidos; en fin, yo sufro. Ofrezco todas mis penas a Dios, rezo muy poco y leo mucho; estoy excesivamente impresionada por la brevedad de la vida y la necesidad de prepararme para la eternidad.

Algunas veces una rápida descripción, bosquejo del mundo en que vivía, de los hechos, de las ambiciones que le rodeaban, seguía a la expresión de los buenos ánimos que tenía para luchar, como para experimentarme con tiempo y prepararme a las enseñanzas que más tarde debía sacar de las más brutales realidades.

Diga lo que quiera mi esposo, si Crespo no viene a prepararme la caña y a convencer a las truchas de que se dejen pescar no haremos nada. Adiós otra vez. La esclava de su régimen, q. b. s. m., Anita Ozores de Quintanar». Después de firmar y cerrar esta carta, Ana se puso a continuar otra que había empezado a escribir por la mañana. Ahora la pluma corría menos, se detenía en los perfiles.

Por Dios, no seas retrechera; déjame entrar, déjame entrar, encanto de mis ojos. ¡Cielo santo y qué cosas dice vuecencia! ¡Qué lenguaje emplea! Ese debe de ser «el mal lenguaje del demonio», del que tanto habla el venerable padre maestro fray Juan de Avila en un libro que me hace leer mi señora doña Inés para prepararme a monja. ¿Y quieres serlo? Allá lo veremos.