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El teniente fingió no verle, mientras Lubimoff le seguía con una mirada interrogante. ¿Qué es lo que había de nuevo en este hombre? Dudó de su falta de salud, de su peligrosa situación que tanto preocupaba á los médicos. ¡Todo mentiras, para interesar á las damas! Se fijó en la firmeza arrogante de su paso, en el aire de jovenzuelo con que agitaba el junco que le servía de bastón.

Yo eché a correr como un loco, en plena noche, llevando como un jirón del corazón de Magdalena aquel manojillo de flores en que había ella puesto sus labios e impreso mordeduras que yo saboreaba como besos. Caminaba al azar, ebrio de alegría, repitiéndome una frase que me deslumbraba como la luz de un sol naciente. No me preocupaba ni de la hora ni de las calles.

Pero el coloso no oía sus ruegos ni prestaba atención á las preguntas que iba formulando Flimnap, de acuerdo con sus hábitos de conferencista. Lo que á Gillespie le preocupaba era salir del puerto cuanto antes. Ya tenía fuera del agua la segunda ancla, y empuñó los remos, empezando á bogar de pie y mirando á la proa.

Marenval volvió suavemente al asunto que le preocupaba. No le pregunto á usted nada sobre el señor Tragomer; éste no tiene nada oculto para mi y me parece enteramente recomendable. Pero quisiera saber la opinión de usted acerca del señor de Sorege.

Todo lo que quise. Ya advertí que se preocupaba usted de . Una vez que me quedé sentada, por cansancio, vi que hablaba usted con Evaristo; el ciprés se dirigió en seguida hacia y me invitó a bailar. Yo se lo agradezco a usted... Estás equivocada. Fue iniciativa suya. no necesitas que la dueña de casa se ocupe de , porque siempre estás solicitada. Lo dice usted por consolarme.

Los transeúntes, al hacer esta observación, se hallaban muy lejos de sospechar que tal fugaz apariencia era un símbolo. Porque Sánchez, en las altas esferas de la indagación científica, marchaba osadamente a regiones jamás exploradas hasta entonces. Una cosa le preocupaba hondamente en aquellos días.

La muchacha también llevaba una cesta de blanco mimbre, cuyas tapas movíanse al compás de la marcha, haciendo que el interior sonase a hueco; pero no se preocupaba de ella, atenta únicamente a mirar con ceño a los transeúntes demasiado curiosos o a pasear ojeadas hurañas de la señora al cochero o viceversa.

Por la mañana estaba tan alegre que reía horas y, horas; pero por la tarde, sentábame a la mesa con aspecto sombrío y no despegaba los labios durante toda la comida. Este silencio tan en oposición con mis hábitos, preocupaba bastante al señor de Pavol. ¿Qué es lo que pasa en tu cabecita, Reina? Nada, tío. ¿Te aburres? ¿Quieres viajar? ¡Oh no, no, tío! Por nada dejaría el Pavol.

Así lo ha ordenado mi yerno, que, desde hace una semana, nos anuncia su llegada diariamente. Así, pues, ¿hace una semana que vive aquí el señor de Castelnau? pregunté a la Vizcondesa, la cual, adivinando la idea que me preocupaba, se apresuró a contestarme: Tranquilícese usted. Ya conoce usted a mi hija.

Asintió el jorobado con toda su alma, porque aún más que la desgracia de su hija, le preocupaba el vengarse del excusador. Y comenzaron a cuchichear largamente sobre los medios de llevarlo a cabo. Habían dado ya las cuatro de la madrugada cuando Obdulia salió del cuarto de su padre. Se metió en la cama con fiebre. No pudo conciliar el sueño.