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Mi ausencia será corta, pues mi cuñado trata de realizar su negocio, y nos volveremos en seguida; entretanto he dejado bien gratificado al guarda, con promesa de aumentar el premio, si á mi vuelta encuentro en perfecto estado el pequeño jardín que sombrea los dorados caracteres que señalan sobre el mármol el nombre de mi padre.

En todos ellos hay un derecho idéntico para aspirar a las superioridades morales que deben dar razón y fundamento a las superioridades efectivas; pero sólo a los que han alcanzado realmente la posesión de las primeras, debe ser concedido el premio de las últimas.

En suma, si pasajeros del momento presente, tenemos por lo menos la aspiración ideal de considerarnos ciudadanos definitivos de una ciudad más perfecta, que está aun por fundar, y trabajamos para fundarla, ¿qué nos impedirá ser más felices, como premio de tal esfuerzo en el futuro?

Titulábanse de «Santa Elena» y el «Cometa» y con ellos ganó el primer premio. En el mismo Libro de Propios se cita á Pedro Guerrero, autor de danzas, que quizás es el mismo que hizo «los escudos que se pusieron en la carrera de la procesión del Corpus» para que ante ellos representasen.

Ya veo claro dijo Maltrana . Una especie de premio Nobel que la Argentina se permite el lujo de regalar a alguien que es conocido por algo, siempre que se tome el trabajo de ir a pedirlo en persona... Con la diferencia de que este premio Nobel es por cotización popular. Exacto. Y no crea usted que el país pierde nada con ello.

En el certamen poético, abierto en los años de 1620 y 1622, para solemnizar la beatificación y canonización de San Isidro, superó á todos cuantos tomaron en él parte, por el número de sus composiciones. Se había prometido un premio para cada especie de poesía, pero ningún poeta podía recibir más de uno.

Si al mal se opone el perdón, ¿cuál será el premio del bien?... Pero en seguida acudían a su memoria las palabras de su amada: «Si no se concede perdón al mal, si se le opone también el mal, ¿dónde está el bien cuando se le aplicaElla decía también que hay que amar la justicia, pero que esta sola no basta en la vida.

Pero, si atendidas estas breves consideraciones, es el orgullo del talento disculpable, porque es el único modo que tiene el literato de cobrarse el premio de su afán, no por eso autoriza a nadie a ser en sociedad ridículo, y éste es el extremo por donde peca don Timoteo.

Verdaderamente, era para ella una desgracia llamarse Albornoz, porque de ser su nombre menos ilustre, hubiera corrido a la capital del antiguo reino de los Esteban y Vladimiros a disputar el premio de la hermosura a Cornelia Szekely, la húngara laureada.

Verdad que siempre fue una maravilla en estos particulares; pero así y todo, cabe mejorarse, y bien sabe usted lo que influyen en el aspecto de las cosas la distancia, la clase y el punto de la luz que las ilumina. «Al fin», me digo yo en estos casos, «la largueza de mi incomparable amigo halló su merecido premio; ya tiene la joya un empleo digno de su gran valor.» Y entonces, amigo mío, no me remuerde la conciencia por ser dueño de lo que no merezco, y hasta me felicito de no haber opuesto mayores resistencias que las que opuse a la rumbosa dádiva de usted. ¡Bien empleada está ahora!